Obra plástica y visual de la mexicana Adriana Puente

Por Ricardo Ariza

En la obra plástica y visual de Adriana Puente la superficie en blanco es el silencio primigenio; allí la impronta del pincel, la tinta, la mano y la mujer que las dirige, abrirán una vía regia al inconsciente, al río de lenguajes de lo que no se puede conocer a través de la razón, aquello que es memoria orgánica.


Adriana Puente. Fotografía: Maricela Figueroa Zamilpa.

Adriana Puente. Fotografía: Maricela Figueroa.

Cada pincelada es irrenunciable en el camino del propio descubrimiento: ataque de frente o arrastre, frotado o de ritmo sincopado, manchas con o sin contorno, concentrado o diluido, firme o tembloroso, el ejercicio plástico del accidente controlado develará el vacío como redondo espacio de posibilidades.

El zen es una escuela del budismo mahāyāna y tanto como el «confucianismo» de la China imperial de hace dos mil años y el «taoísmo», son filosofías que buscan la armonía del ser con el universo, por lo cual observan profundas meditaciones con la finalidad de «vaciar» la mente, para que una vez logrado, pueda llenarse con el conocimiento verdadero. Así a grandes rasgos, porque no hay forma de definir esa experiencia en palabras.

La pintura es una de las grandezas de estas culturas. Sin embargo, no podría definir una escuela artística como arte zen. El zen es una filosofía que floreció en el pasado de Japón; la pintura de agua y tinta es un medio en el camino del guerrero como lo fue la espada del samurái. Por otro lado, «Tao» significa «camino», y en la obra plástica de Adriana Puente–que es otra cosa y semejante a la vez en este presente caótico– perteneciente a esta colección, es palpable el recorrido y la búsqueda de su propio ser, incluso aquellas contradicciones inherentes. Pintura orgánica y matérica, texturas y rasgos caligráficos son casi ideogramas de la experiencia vital y son también mapas de sus sentimientos, o el trazo de su propio electrocardiograma.

La búsqueda espiritual es un hecho ineludible en la experiencia de los seres humanos; los artistas a través de su propia visión del mundo indagan los recovecos de lo que en occidente llamamos «alma», así, el camino del conocimiento toma muchas formas: algunos meditan en posición de flor de loto, otros escriben poesía, otros más son músicos o pintores, o todo eso junto, y en cada caso, la ejecución de ese no-hacer convierte al artista en el objeto y el símbolo –y el símbolo y el objeto se convierten en el artista–: paradoja.

Adriana Puente devino poco a poco en el personaje principal de su propia experiencia, al encontrarse con un camino de agua y de tintas, de composición y de saltos al vacío: misterio plástico en el que la autora de estas piezas ha indagado con grandes aciertos y registros en una obra que cumple aquella premisa tan antigua de los pintores chinos: expresar la vida y el movimiento, y conseguir con el color negro que vibren ante los ojos de los espectadores todos los demás colores.

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Ricardo Ariza. Fotografía: Isabela Simone.

Ricardo Ariza. Fotografía: Isabela Simone.

Ricardo Ariza, mexicano, es escritor y editor. Ha publicado el libro de poemas El título es consecuencia del azar (Colección El Ala del Tigre, UNAM, 1996). Y Física de cuerpos ausentes (Colección La Hogaza /5. Instituto de Cultura de Morelos, 2009). Así como la antología personal En donde la memoria arda (INBA, CONACULTA, Editorial Eternos Malabares, 2013). Es compilador de la Antología de cuentos latinoamericanos editada por SelloImpreso 2014; autor del manual Maíz. El sustento que da la vida. Es colaborador de la revista francesa El Café Latino

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