«Ocurre todavía», el diálogo entre Eduardo Hurtado y Kenia Cano

Un poema de 42 entrañas da cuerpo al más reciente libro de Eduardo Hurtado. Ocurre todavía pertenece a la colección de poesía del Fondo de Cultura Económica. Es un libro que se antoja a la vista y al tacto; se nota que la edición conllevó esmeros, cuidados y riesgos, el resultado es un ejemplar de discreta pero luminosa personalidad.


Obra plástica de Kenia Cano.

Obra plástica de Kenia Cano.

En esta edición, los poemas se dejan acompañar por dieciséis acuarelas realizadas por Kenia Cano, quien sostiene con los versos del poeta un diálogo desde su Cifra itinerante–nombre de la colección de imágenes de la artista–.

La lectura de un poema genera tantas interpretaciones como lectores tenga. Algunos considerarán que estos versos son sólo amorosos, que existe una susodicha a quien están destinados, yo los vi así, pero después me propuse ver también en ellos a la poesía en sí misma como el motor que mueve la escritura de Eduardo, la poesía como el sujeto aludido, como esa segunda persona del singular en su forma de pronombre. Es el “tú” cuando el poeta escribe:

“Desnativo, me planto

en tus comarcas”;                   así como también en este otro poema:

“Te alzas, estallas,

te diluyes

          y vuelves

          a tu hondura

con un rumor de soles

y guijarros”.                 

Y también en este otro:

“Te oigo llover, rodar

sobre mis vértebras,

picarlas con tu sal,

lamerlas

          como un fuego”.

Lo nombrado no puede ser aludido directamente, el “objeto” del amor es referido y simbolizado en el cuerpo de la amada, por eso la voz de estos poemas es confesional –como dice Fabio Morábito: “para un oído concreto”–.

Allí donde se interpreta “amor”, amada”, “ella”, “Dios”–en el caso de los poemas de San Juan de la Cruz–, para mí es la poesía misma la que desvela su presencia como faro en el mundo. La poesía surge de la “nada fértil”, de “las cosas más menudas” como lo escribe Eduardo en sus propias palabras:

“Que de lo hallado

                   queden

las cosas más menudas: no

el garbanzo de a libra, no

la perla del tiempo:

que del asombro

nazca la almendra

más humilde”.

Obra plástica de Kenia Cano.

Obra plástica de Kenia Cano.

Estos poemas también son un decir sin decir. Son la acción del verbo “amar” del amor mismo –no sólo del sujeto que cree ser el amor, desde su fascinación de enamorado, de amante, sino del substantivo sustantivo “amor”, que como un espíritu, cuando se manifiesta en la materia, electriza la noche–.

“A la tarde te examinarán en el amor; aprende a amar como Dios quiere ser amado y deja tu condición”, escribe San Juan de la Cruz, en la Oración del alma enamorada. Citado por Eduardo, a manera de epígrafe, incluye sólo las primeras 14 sílabas: A la tarde te examinarán en el amor, y firmado: Juan de Yepes.

Esta doble condición del poeta renacentista, de haber sido un hombre secular y después un hombre de Dios, representa las dos realidades del ser: el espíritu y la materia. De pronto recordamos que estamos hechos de carne; nos percatamos de que somos mudables, biodegradables, cuerpos que al final serán materia de disecciones.

Y aquí es donde la obra plástica de Kenia dialoga con los versos, no los ilustra, no es necesario. “La poesía no permite discursos alternos”. No hay explicaciones de un poema. Eduardo Hurtado es fiel a la idea romántico-simbolista de que la poesía es un asunto asociado con un no saber, con ciertas formas del silencio.

La obra plástica de Kenia nos habla también de lo espiritual en la materia, de esa otra “nada fértil” que es la vida, en donde la corrosión carcome los cuerpos que fueron amantes y los que no, los que fueron espirituales y los que no, cuerpos diluidos en las acuarelas de la vida por el paso del tiempo, ya que “Nada termina sin romperse, porque todo es sin fin”, cita –de “Voces”– a manera también de epígrafe, Eduardo Hurtado a Antonio Porchia.

16 imágenes de Kenia en acuarela, tinta, pastel, grafito y collage sobre papel de algodón, conversan con los poemas de Eduardo acerca de la anatomía del misterio, donde el verso se hace carne y la carne se hace verso. En donde la sangre y los huesos, los músculos y los nervios, sueñan –cito al poeta– “en despertar contigo hasta el día del horno y la ceniza”. Cenizas que tendrán sentido, como escribió Quevedo, “polvo serán, mas polvo enamorado”.

Obra plástica de Kenia Cano.

Obra plástica de Kenia Cano.

Las figuras son irreconocibles. Son cuerpos en la mesa de disecciones. Los órganos y los miembros se han convertido en aves. En palabras que vuelan. Este diálogo de imágenes y versos de los dos artistas, sucede con mayor eficacia en la imaginación del lector, no en las lecturas rápidas, sino en las sosegadas. Después de todo, en algunas de las cosas en las que sí se parecen la poesía, el erotismo y lo divino, es que en las tres se requiere estar presente.

Octavio Paz y Juan Gelman, son otros dos poetas que Eduardo cita. Poetas que tienen al amor como centro y guía. En La llama doble, Paz escribe: “Los sentidos son y no son de este mundo. Por ellos, la poesía traza un puente entre el ver y el creer. Por ese puente la imaginación cobra cuerpo y los cuerpos se vuelven imágenes”.  Y en el siguiente párrafo: “La relación entre erotismo y poesía es tal, que puede decirse, sin afectación, que el primero es una poética corporal y la segunda es una erótica verbal”.

Siempre he admirado la desnuda sencillez de la escritura de Eduardo, sencillez lograda en un poco más de 40 años de dedicaciones amorosas al poema. De él he aprendido que es la experiencia la que da sentido a los versos, lo que los sostiene.

Aún recuerdo ese hermoso poema que le dedicó a su padre, llamado El comensal, en su libro Las diez mil cosas –un libro del cual también quedé prendado–. Y me asombra eso, la sencillez con que toca las fibras más profundas; sin duda es un maestro del lenguaje, un maestro de su idioma, quien se reconoce en una tradición mucho más vasta que la poesía mexicana, más allá de la tradición de la poesía escrita en lengua española, la tradición de la poesía escrita en Occidente, o la búsqueda universal de un decir capaz de expresar lo indecible. “En esta perspectiva, –refiere– formamos parte de un continuo movimiento de ruptura. El poeta, aunque parezca estar atado a una tradición, aun si decide inscribirse en tal o cual canon, es un hereje, o al menos un heterodoxo, porque su manera de emplear el lenguaje está en contra del uso de las palabras. Y en su naturaleza está oponerse a todos los automatismos de que está hecha nuestra realidad”.

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