El Pescador de Perlas

Enrique S. De Aguinaga Cortés

Don Louis de Bellemare nació en Grenoble, Francia, en el año de 1809 y murió, en un accidente naval en las costas de Gran Bretaña, en 1852. Llega a México en el año de 1830 para reunirse con su señor padre, el Barón Ferry de Bellemare, quien tenía viviendo pocos años en la ciudad de México. Al poco tiempo, de haber llegado a casa de su padre en la ciudad de México, fue mandado por este a resolver ciertos asuntos comerciales al reciente Puerto de la Hierbabuena, hoy ciudad de San Francisco, California, en la Alta California.


En el marco de la Conmemoración del Centenario del Estado de Nayarit, México, la Trigésima Primera Legislatura hizo entrega de un reconocimiento al investigador Enrique de Aguinaga Cortés (en el centro de la fotografía) por la gran aportación histórica que ha otorgado a las nuevas generaciones en Nayarit. Foto: Periódico Express.

En el marco de la Conmemoración del Centenario del Estado de Nayarit, México, la Trigésima Primera Legislatura hizo entrega de un reconocimiento al investigador Enrique S. De Aguinaga Cortés (en el centro de la fotografía) por la gran aportación histórica que ha otorgado a las nuevas generaciones en Nayarit. Foto: Periódico Express.

Parte de la ciudad de México a la ciudad de Guadalajara y de ahí al Puerto de San Blas, donde abordó un navío de cabotaje que lo llevaría al mar de Cortés; desembarcó después en la península de Baja California y, tras otro largo recorrido por la costa del Océano Pacífico, llegó a su destino. De su breve estancia en San Blas, de Bellemare tomó varias imágenes ahí vividas y las plasmó en su novela corta “El Pescador de Perlas”, como inicio de su relato. He aquí –tan sólo–; esta descripción de San Blas de aquellos primeros años de 1830 y que nos permitirán conocer aquel San Blas de hace poco más de 170 años atrás. Comenzamos…

        “En los tiempos en que las Indias Occidentales reconocían todavía la dominación española, en el Puerto de San Blas, situado en la entrada del golfo de California, sobre las costas de la antigua Intendencia que se había convertido en el estado de Jalisco, estaba el almacén de las islas Filipinas. Los navíos ricamente cargados de sedas de china, de valiosas especias del Oriente, se apretaban en el muelle; una población atareada llenaba las calles: las atarazanas bien guarnecidas, los astilleros siempre en actividad, hacían entonces de San Blas el punto más importante de la costa del Sur. Ahora, todo ese esplendor se había desvanecido y San Blas no conserva ya más que restos de astilleros, restos de atarazanas, restos de población, el recuerdo de su antiguo comercio y de su situación pintoresca”.

        “La ciudad se divide en dos partes, la parte alta y la parte baja o playa. Desde los astilleros de la comandancia general, construidos sobre la cima de una peña escarpada, la vista abarca uno de los paisajes más melancólicos y hermosos que puedan contemplarse. De un lado se ofrece la parte alta de la ciudad, silenciosa y despoblada, triste y melancólica como todo lo que se hunde y cae en ruinas después de haber sido poderoso; del otro, un espeso y verde follaje cuyas primeras copas acarician, como una oleada de verdura, las construcciones de la comandancia y bajan en forma de anfiteatro hasta la playa. Un camino tortuoso, que se pierde y reaparece en medio de los árboles, desciende hasta el nivel del mar. Allí, sobre la arena, entre las ramas de las palmeras y los bananos, a la sombra de los cocoteros, se mostraban de todos lados las pintorescas chozas de bambú. Al pie de estas chozas, la playa se curva bañada por el flujo casi insensible que viene de alta mar, cuyas aguas reflejan como un espejo el azul resplandeciente del cielo. Aquí y allá, las risueñas islas se dilatan al sol como ramas de flores marinas; las grandes rocas se elevan parecidas a las pirámides de ámbar amarillo y algunas barcas de pescadores, deslizándose a lo lejos, desplegaban sobre la profundidad luminosa del horizonte sus blancas velas triangulares”.

        “Yo me encontraba en San Blas desde hacía algunos años. Los intereses comerciales me requerían en California y esperaba, después de aproximadamente quince días, que alguna embarcación de cabotaje costeara llevando su carga para un punto cualquiera de esta costa. Finalmente tomé la Guadalupe, pequeña goleta de cincuenta y ocho toneladas, que había hecho la vela por Pichilín o Pichilingue bajo la conducción de un capitán catalán que era su propietario. Me apresuré a ir a su encuentro y contraté mi pasaje a bordo. Acepté sus condiciones sin regatear. Aun cuando procedía sin competencia alguna, el capitán tuvo la discreción de no pedirme un precio exorbitante”.

“–Si usted está viviendo, como no tengo duda, en la parte alta– me dijo confidencialmente–, hará bien en bajar a la playa con sus cosas, pues de un momento a otro podemos partir y yo enviaré una embarcación para recogerlo; de esa manera, estará usted listo y no se perderá un minuto”.

        “Tenía tal impaciencia de escapar del calor sofocante de San Blas y de las nubes de mosquitos que hacían la jornada casi intolerable que, a fin de no permanecer una hora más, me apresuré a seguir el consejo del capitán. Por tanto, me instalé en la playa en una de esas encantadoras chozas de bambú que había ya apreciado desde lo alto de la ciudad; pero no tardé en darme cuenta de que, sobre esta playa, tan lejana como seductora, los mosquitos eran todavía mucho más abundantes que en las alturas, y tanto más hambrientos cuantas menos víctimas tenían para atormentar. Finalmente, al cabo de tres días de martirio, recibí una mañana el aviso de que estuviese listo para abordar la embarcación que iría a recogerme antes del mediodía. A dicha hora, una piragua vino a recoger a algunos pasajeros de la choza en que yo habitaba. Como era una piragua ahuecada en un tronco de árbol y con fondo plano, el trayecto de la playa al navío no se hizo sin peligro. La menor ola, el más torpe movimiento, podían hacer zozobrar este frágil esquife, y los grandes tiburones, que se veían a flor de agua seguir disimuladamente la singladura, pronto adivinarían a las víctimas de semejante accidente. Por fortuna llegamos a bordo”.

        “Las montañas de estas bellas y sabrosas cebollas de San Blas, de un prodigioso grosor, las calabazas y los plátanos estaban amontonados sobre el puente de la goleta. Este montón de frutas y de legumbres formaba, junto con mi baúl, poco menos que casi toda la carga. El aparejo pronto fue concluido. Bien que mal se estibaron las cebollas en las tres piraguas, los racimos de plátanos fueron suspendidos de largas varas sobrepuestas hacia arriba, y sobre el suelo de babor y estribor; después, la nave quedó a merced de los vientos y la voluntad de Dios”.


Enrique S. De Aguinaga Cortés, mexicano, es historiador-investigador XL Ayuntamiento de Tepic, Nayarit, México. Autor de 20 libros, dos de ellos como co-autor. El primero de ellos, segundo lugar nacional en investigación regional, convocado por la Universidad Autónoma de Nayarit, México, “Nuestras Raíces”, 1984; “Bernardo M. De León”, 1991; “Nayarit a toda costa”, 1992; “Nayarit a través de los Siglos, tomo I, 1994; “Nayarit a través de los Siglos”, tomo II, 1995; “Manuel Lozada y los derechos del pueblo mexicano”, 1998; “Manuel Lozada: luz y sobra”, 1999; “La Consumación de la Independencia”, 2000; “Manuel Lozada, el Tigre de Alica”, ediciones 2000 y 2003; “Nayarit en el siglo XVIII”, 2003;“Panteón Hidalgo, patrimonio de Tepic”, 2006; “Antologías de Crónicas del Estado”, 2007; “Antologías Indígenas de Nayarit”, 2010; “Colección Tepic a través de los Siglos”, Cuatro tomos, 2010; y “Tabú: Esclavitud, autoflagelación, sexualidad y sexo en Nayarit”, 2011. Dichas obras han sido editadas tanto por la Universidad Autónoma de Nayarit, México, el Supremo Tribunal Superior de Justicia del Estado de Nayarit, México, El Archivo General de la Nación y diversas administraciones del Ayuntamiento de Tepic, México. Ha publicado más de 2,500 historias breves en diferentes periódicos estatales, así como diferentes conferencias locales, nacionales e internacionales. Desde el año de 1998 se desempeña como responsable de la Coordinación de Investigación Histórica del Ayuntamiento de Tepic (Historiador).

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