Juan Carlos Recinos
Si se extiende la luz
toma la forma
de lo que está inventando la mirada
JEP
I
Para Marco Antonio “El Yuca” Murillo.
Poesía, es todo y es nada. Nombra, duda, absorbe, traduce y traslada. El poeta es una voz que el tiempo moldea en silencio, el poeta es un espejo donde la palabra significa. Polvo de pabilos (K editores, 2009), de Ricardo Muñoz Munguía (Chignahuapan, Puebla, México, 1970), es un libro que de principio a fin deletrea, donde el eco de su voz se difumina en las cosas que designa. Este poemario integrado por seis secciones Furia de soledades, Cenizas de silencio, Lumbre en cálamo, Rumores de la tumba, Bocanadas de luz negra y Realidad que sueño es, advierte la búsqueda de una angustia, que uno como lector ve desplegarse en el primer poema de este libro:
Algo nace dentro del infierno
algo sin nombre y sin dios
algo entre llamaradas.
Escucho.
El poeta en estos primeros versos, entreteje el paisaje de su alma y traza, con notable oficio, la geografía que experimenta cada poema como un sol de nadie. Convierte los versos en un festín de palabras que cincelan el asombro, fluye con naturalidad. Muñoz Munguía asume su oficio con tal intensidad y nos dice:
Crepúsculo donde la muerte mora
es inicio del fin de algo, de lo que deja de ser.
Los elementos perfectamente visibles en los ojos del poeta, iluminan estas páginas, gobiernan con buena poesía y verifican de manera eficaz todo aquello que ha sido nombrado y que nos interroga. Furia de soledades la primera parte de este poemario es un testimonio donde el poeta busca permanecer, donde su risa en lugar de llanto, es una flama invisible. Los poemas de esta sección contienen diálogos con voces simples, condición que permea en todo el libro como una comunión, no como consigna. Aquí el poeta rezuma su muy particular manera de transcribir el mundo. Cenizas de silencio expresa, exacta y legiblemente, una música natural, digamos que el misterio es un signo frágil, al cual el poeta da respuesta: Al pabilo lo sembraron / entre sangre nocturnal, / veladora de alientos silenciados. Se podría decir que aquí reza cierta fuerza expresiva y original que permite ver una mínima porción del mundo del vate. Lumbre en cálamo y Rumores de la tumba, son dos apartados de Polvo de pabilos, donde en el goce del texto, por simpatía con la poesía o por un esfuerzo en particular, uno se acerca de manera espontánea a un poeta que sabe comunicar y decir. Poemas que son frutos maduros y de los cuales se sabe, es una virtud de pocos redondear la hazaña epifánica, donde se reconcilia la realidad y la textualidad que tensan la experiencia que se establece a manera de una revelación poética:
*
Sólo los muertos
recorren con libertad
los sueños,
no tienen obligación de despertar.
*
La casa conmigo escapa en el rumor nocturno,
tiempo en que los sueños iluminan la sombra.
*
En Bocanadas de luz negra uno asiste a un mundo pausado por el asedio de la materia iluminada, a un enjambre de relámpagos que habitan estas páginas y que buscan establecer un juego con la memoria.
Tiempo sostenido en la maraña
del visitante leproso,
recién desembarcado en Veracruz.
Le vi arañas vivas en sus manos,
hilos que eran gritos de sangre,
nervios estrangulados
sobre la piel bañada de sufrimiento.
El hombre me respondió lo que deseaba saber
a pesar de no hacer la pregunta:
“He venido para que mutilen mis manos”,
y apretó los puños.
Se fue.
Las palabras caen y testifican en su descenso, la restitución del tiempo, tiempo finito e infinito que da identidad al mundo en un punto de inflexión entre cada una de las secciones que integran este poemario. Asombro que alcanza su punto más alto en Realidad que sueño es sección donde un solo poema Paraíso de brasas vibra como una resonancia cautivadora.
El principio donde nuestros cuerpos…,
tampoco es tu mirada
que posas al fondo de mis ojos
cuando las bocas abren sus horizontales puertas
y dejan a solas el tremendo ataque de las lenguas
besándose con todo su cuerpo,
batiéndose entre la sangre del deseo,
haciéndose cada vez más fuerte una y otra
conforme el dragón salival les concede brío y calor.
Sin embargo, siguen sostenidas
a pesar de sus esfuerzos dados por el dolor del deseo;
no podrán arrancarse para dar nuevos frutos en otra boca,
pondrán su sabor en la falda de tu pubis
y trazarán, como si de una ciudad se tratara,
caminos a lo largo de tu cuerpo,
rumbos que sólo míos habré de recorrerlos
en este instante en que tu nombre
hace sudar mi lengua
La música emotiva que se desprende logra una atmósfera definida, precisa y altamente expresiva, donde un mundo múltiple y diverso, asombra por la paciente construcción de una voz que devasta la noche con una fluidez y un pensamiento único. Cada una de las partes que componen este libro, abren un diálogo distinto sin escisión en la totalidad de la misma. Cobran forma en los fundamentos del espíritu humano, donde nombrar es una verdadera prueba de amor y fe en el poder de la palabra.
II
La palabra alude a un mundo natural, reactiva la memoria en ecos que se apoyan en los recuerdos que laten al paso del tiempo. No hay tema que no pueda ser poesía. Ricardo Muñoz Munguía en Melodías del suplicio, pareciera querer demostrarnos en los poemas que integran este libro, que la palabra, misteriosa e iluminadora, es un acto de conocimiento en la inmediatez de la creación poética. Este poemario integrado de 4 secciones, Sacrilegio de cicatrices, Estuario, Plegaria por las ciudades y Luciérnagas núbiles, se abre como una rosa de los vientos, cada apartado apuntando hacia un rumbo determinado por el poeta. La fluidez con la que se despliegan los poemas, su secreta fugacidad y la eficacia con la que rebasa la simple experimentación es una factura precisa que aparece con toda naturalidad en quien hace de la poesía su propio periplo:
Busqué en toda mi vida
una frase para mi epitafio,
que me definiera como escritor,
pero sólo encontré fantasmas dictándome.
Este fragmento que cito de Sacrilegio de cicatrices, revela el desafío del poeta hacia el tiempo, la meditación inusitada para convivir con algo deliberadamente ambiguo: la muerte. Toda la imagen poética contenida en este palabra, vivifica una experiencia de vida, tan real como palpable, que establece un juego de múltiples voces, que se abisman y contradicen, pero que en el diálogo contienen la reflexión en el universo del lenguaje propuesto por el poeta. En Estuario, uno asiste a una celebración donde la palabra cobra la forma del deseo, uno testifica que el cuerpo es entonces lo sagrado y que la primera razón de su validez no reside en la propia experiencia, sino en el mundo creado a través del ejercicio poético:
He visto mi cuerpo
seguir
sus pasos
sin mí,
y desde tu casa le grito que no se vaya
pero se va
y así, huérfano,
me defiendo a vivir en ti.
El tono armónico que Muñoz Munguía resalta en este conjunto de poemas, reafirma su constante convicción de su ejercicio creativo, de su mirada que, como lo indica el título de esta sección Estuario, en la fluidez hacia la desembocadura, se asume el asombro de la muerte como una variación de la memoria y el olvido. Pacto que se inicia bajo el árbol que vivifica lo sagrado:
¿Dónde más?, sino tu boca
sea el mejor sitio donde me guardo,
que si de ahí me arrojas
le arrancaré la lengua a tu corazón frío.
Una mirada penetrante como la del poeta, sabe hallar los asombros de la vida, iluminarlos, reconocerse en ellos. Su oficio es nombrar, dar testimonio de lo que transita en su escenario lírico. Y parece ser que Muñoz Munguía asume el quehacer poético con su palabra precisa, no otorga concesiones en sus construcciones verbales:
El sabor sepia que en ti deja
esta figura mía, es para que el silencio
con sus activos acentos brote
a mitad de la navegante noche
y te exclame la onomatopeya
del tic-tac golpeando en tus puertas
con el aroma de mi nombre.
En palmas de tu mano
se desmembra la razón,
entonces resbalan voces ocres
que van dando color
al camino rugoso
por donde he venido
hasta tu hermosa casa.
Nada queda al azar, todo se hilvana de una manera sabia y serena. Todo lo que es misterio se nombra. Como un itinerario, la rosa de los vientos nombra las emociones palpables de la noche, nombra y fundamenta. En Plegaria por las ciudades y Luciérnagas núbiles, las melodías a las que el autor alude en el título del libro, producen correspondencia cuando dice:
La marcha hacia mi ciudad es lenta,
raíces nacientes del orbe de sueños
van a la cima de la montaña de tinieblas
donde mis pies escapados de la lumbre
dejan su desnudez y su rastro sobre rocas
en que cimenté mis infortunios reacios.
Pareciera que el poeta no sólo construye un libro de poemas, las sonoridades que surgen de sus textos, parecieran pequeños universos vivos, que se suceden con inquietante delicadeza, como olas, van dejando su huella para que cada uno entreteja su propio universo:
SEMILLA DEL DÍA
Al abrir el puño una parvada de golondrinas
escaparon veloces hasta perderse
en el voraz horizonte que tragó el plumaje
de la breve biografía de la primavera,
donde dibujaron el rumbo del tiempo muerto
formando con su vuelo terco y desordenado
frazada para las rudas caricias sobre cicatrices,
las que muerden la carne hasta sangrar el olvido.
Las horas primeras lamen el cielo
sobre el alba soñolienta
en el naciente desafío del día.
El canto de luz ha subido inclemente
a la derrota de los pies solitarios,
imperio de la sarna de mendigos y
huellas de acaudalados malditos:
eternamente hambrientos hombres de oro
eternamente desmoronadas mujeres de plata
que no demoran su bandera sagrada,
de colores insulsos acuñados por falsas monedas.
Ricardo Muñoz Munguía, es un poeta que define el acto poético como una celebración muy rigurosa, donde prestigia la experiencia en ejercicios muy depurados, que proyectan multiplicidad, pero a la vez, son una ventana a la memoria, esa en la que se reivindica la sensibilidad y la inteligencia de quien sabe sentir el mundo. Para el poeta, la enseñanza es un secreto:
donde la pasmada razón prismática
es gota enredadera sobre paredes
que cobardes y valientes trepan
conforme la generosa muerte
los bendice con el vasto beso
que incendia el vigor turbulento.
Nota del editor: Texto leído en el marco de la XXVI Feria Nacional del Libro de León (FeNaL), México, 2013. Se publica en el Mexican Cultural Centre con la autorización del autor y la FeNaL.
Juan Carlos Recinos, mexicano, es poeta, ensayista y editor. Autor del poemario Cantos Peregrinos. En el 2002 obtuvo una mención honorífica en el concurso de Poesía FIL Joven, en el marco de la Feria Internacional del Libro, de la ciudad de Guadalajara, México. Ha sido becario del Fondo Estatal Para la Cultura y las Artes de Colima, México, 2012, en el área de poesía.