Ver y vagar, o de la fugaz postal callejera

Benjamín Pacheco López

–Foto, foto.
–¿Quieres tomar una foto?
–Sí. ¿Dónde le pico?
–Aquí, mira…
Y sus manos temblaron al tomar la cámara.

Colonia Indígena Todos Santos

Colonia Indígena Todos Santos, Baja California, México. Fotografía de Benjamín Pacheco López.

Colonia Indígena Todos Santos, Baja California, México. Fotografía de Benjamín Pacheco López.

Sales de la oficina, con las órdenes de trabajo apuntadas aprisa en la libreta. A veces en cualquier pedazo de papel. Avanzas porque traes prisa, porque desde hace más de una década tienes claro que debes andar en movimiento, porque allá afuera hay historias que merecen ser contadas; porque deseas conocer –y documentar para presentar a los lectores– ese reporte de vidas cruzadas, de gente desplazada del aparente anonimato para figurar en una noticia, crónica, artículo o reportaje.

El día se irá en elaborar resúmenes de hechos: dramáticos por un lado, emocionantes desde otro ángulo, e incluso tediosos, aburridos y repetitivos. También estará repleto de aquella numeración, estadística y frase hueca que tanto fascina a la clase política. Con suerte, porque la suerte también forma parte de la jornada, darás con una buena narrativa, una serie de situaciones inusuales que coincidirán con tu presencia y serás testigo de algún hecho heróico o muestras de solidaridad; una declaración absurda; el caos nacido en el accidente vial; los primeros instantes de muerte, de vida interrumpida, de algún destino adelantado; o el mosaico de recuerdos que te entregará un anciano cuando le preguntes por el desarrollo de alguna comunidad.

Lo anterior es apenas una idea, pues lo único cierto es que tienes frente a ti una ciudad desdoblándose en calles y avenidas; escaleras y callejones escondidos; muros deslavados y ventanas agrietadas. El campo es distante y también poblado de misterios. Lo que no debes olvidar es que en todo ese concreto habrá gente desplazándose en todas direcciones: con asuntos claros y otros absurdos como los tuyos; perdidos y vueltos a encontrar en un enmarañado de direcciones; con prisa para cumplir sus asuntos laborales o tirados en alguna banqueta soportando la resaca, el clima, o alguna decepción. Las personas estarán rodeadas de fama, sumidos en la indiferencia o simplemente intentado respirar desde los márgenes que penosamente tiene cualquier sociedad.

Colonia Indígena Todos Santos, Baja California, México. Fotografía de Benjamín Pacheco López.

Colonia Indígena Todos Santos, Baja California, México. Fotografía de Benjamín Pacheco López.

Catarino sale al paso mientras intento acomodar en una toma a dos guajolotes y un par de tambos. Sus pies dialogan directamente con el polvo y las rocas porque no hay algún calzado que sirva de intermediario. Aquí, en la Colonia Indígena Todos Santos (Baja California, México), el paisaje es tan virginal que parece que está naciendo el mundo y es necesario forjarlo a punta de palazos para arrancarle las piedras a los cerros antes de emparejar los predios. Hasta los niños ayudan porque no hay manos que sobren. Tampoco hay electricidad, así que el silencio es constante hasta que ladran los perros o surge una disputa entre gallinas por la sombra que proporciona la parte baja de un automóvil estacionado en los senderos, que los habitantes de 11 viviendas esperan que algún día se vuelvan calles. Ya tienen apartados los nombres: Guadalupe Victoria y El Rosal son algunos, pero en este momento son una mera invocación de la voluntad y la memoria. Catarino dispara y ríe porque ha congelado a un hombre al otro lado de la reja. Unas señoras descienden por una loma y es necesario visitar otras casas. Y me despido de Catarino, quien regresa a su diálogo con el sol y el barro.

Y te sumergirás en ese cosmos urbano y rural compuesto por niños traviesos, niños brincando charcos, niños cazando su reflejo; niños de mirada dura, niños saliendo de una cuartería, niños con perros y sin perros; de perros envueltos en luz y en la luz terminal que encontrarás en su mirada de abandonados. Hallarás vendedoras cuyas rosas florecen en cantinas; tatuadores con la Virgen y la muerte disputándose cada centímetro de piel de su cráneo; obreros sentados en un escenario incomprensible de colchones; jugadores de dominó en un taller de lavadoras; migrantes envueltos en la soledad y la adrenalina que siempre traen los desplazamientos geográficos; verás sombras de bailarinas, sombras de músicos, sombras de postes, y hasta sombras de botas dibujadas en el desierto. El camino te llevará hasta jinetes dueños de un valle, jinetes surfeadores de rodeo, y adelitas desbocadas en pleno mediodía. La noche te traerá el policía en el abandono y el abandono en el que nos dejan los policías. De repente caminarás por jardines de piedra con más vida que muchos funcionarios un lunes por la mañana.Y empezarás a hacerte preguntas. Y de paso sacarás la cámara porque has aprendido que hay imágenes para las que –aunque suene contradictorio si lo dice un reportero– no te alcanzará el vocabulario para describirlas; porque estarás ante atmósferas de sombra, luz y gestos que son fugaces y lo más probable es que no las vuelvas a ver en tu vida.

Pero antes de eso: los recuerdos, la acumulación de nombres y trayectorias: Henri Cartier-Bresson, Sebastián Salgado, Manuel Álvarez Bravo, Héctor García, Nacho López y hasta Juan Rulfo en su etapa de fotógrafo. ¿Qué dijeron y enseñaron? ¿Por qué confundes en ocasiones sus imágenes en tu cabeza? De esa maraña compuesta por distintas lecturas, aparecerá una frase que desde hace años has seguido: “El momento decisivo”, título en inglés de un libro de Cartier-Bresson publicado en 1952. Recordarás que el maestro definía dicho momento en “el reconocimiento simultáneo en una fracción de segundo de la significación de un evento, así como la organización precisa de formas que le darán su adecuada expresión”.

¿Qué significa eso? Mientras intentas reflexionarlo, aparecen ecos de Sebastián Salgado: “Los niños son fuentes de energía: cuando ven una cámara fotográfica suelen alegrarse todavía más con la esperanza de ser retratados. ¿Cómo es posible que una niña sonriente pueda representar el infortunio más profundo? ¿Estamos condenados a ser espectadores en gran medida? ¿Podemos cambiar el curso de los acontecimientos?”. En lo que descifras esas reflexiones escuchas el grito de Robert Capa: “si una foto no es suficientemente buena es porque no estabas suficientemente cerca”. Y te desconciertas, pero Manuel Álvarez Bravo llega a poner orden: “La palabra arte es muy resbaladiza. Realmente no tiene importancia en relación con el trabajo de alguien. Yo trabajo por placer, por el placer del trabajo, y todo lo demás es asunto de los críticos”.

Colonia Indígena Todos Santos, Baja California, México. Fotografía de Benjamín Pacheco López.

Colonia Indígena Todos Santos, Baja California, México. Fotografía de Benjamín Pacheco López.

Te calmas un poco y sigues avanzando por la ciudad, dispuesto a cumplir tus órdenes de trabajo. Y de repente encuentras aquella fugaz postal callejera, sale al paso, gira en una esquina, va cómodamente sentada a bordo de un automóvil o en bicicleta, cruza un umbral, está detenida en la banqueta o recargada en la pared. Se asoma por una alguna ventana.Y como deseas recordar y contar lo que has visto, te apresuras en encender aquel aparato, aprietas los dientes porque se te está yendo ese mundo en movimiento y tú apenas calibrando velocidades y aperturas, y ruegas que no se te haya olvidado ni la pila ni la memoria, ni que se cruce algún curioso, algún automóvil, paloma, perro, o acreedor que ese día te esté persiguiendo, ni que suene el teléfono, ni que aquella postal cambie la dirección de su paso. Te asomas por el lente con la esperanza de alcanzar a congelar ese escenario bellamente equilibrado, y enfocas y desenfocas, mides distancias y sientes como todos los músculos y huesos se concentran en el dedo índice derecho, y entras en una zona de urgencia, dilatación de pupila y tensión corporal, donde lo único que importa es el sonido de un “click” y su promesa de escenarios ordenados y bien expuestos, con relieve, detalle y textura.

Y tiras una ráfaga, tantas como la cámara lo permita; te dejas ir, incluso ladeando un poco el horizonte, confiado en que habrá profundidad de campo y el gesto anhelado. Bajas la cámara y te das cuenta que el instante se ha ido, que has presenciado una vez más las postales fugaces que la ciudad entregará a quienes estén dispuestos a ir por ellas. Respiras.

Solamente un poco porque llega la urgencia de revisar la imagen. Y vuelves a mirar, y lo que ocurre es que levantas el puño, zapateas en la banqueta y maldices porque no revisaste bien el ISO y lo único que tiene guardada la cámara es una serie de barridos espantosos, imágenes voladas y que nunca podrás justificar ni siquiera como experimentales. Pruebas una vez más la derrota a nivel calle y escuchas un murmullo que se va convirtiendo en una carcajada: la ciudad ríe, el tiempo ríe, y todos tus dioses ríen de tu desventura. Ya no hay nada que hacer ahí, salvo caminar nuevamente. Resignado, te adentras nuevamente en la ciudad. Solamente te detienes para arreglar el desajuste en la cámara y sigues tu camino. Vas triste hasta que algo, alguien, llama nuevamente tu atención.Y como deseas recordar y contar lo que has visto, te apresuras en tomar nuevamente la cámara, porque has aprendido que hay imágenes para las que no te alcanzará el vocabulario, porque vale la pena documentar lo que encuentras al paso, cuando te animas a recorrer la ciudad para ver y vagar.

Benjamín Pacheco Lópezmexicano, es reportero y fotógrafo. Ganador del XXVIII Premio Nacional de Ensayo “Enriqueta Ochoa”, otorgado por la Universidad Autónoma de Coahuila, México, 2012, por el ensayo: “Los dominios del Príncipe Paradoja (Dioses griegos y aforismos) en El retrato de Dorian Gray de Óscar Wilde”. Primer lugar en la categoría de Ensayo, en el Foro Cultural Universitario “Espiral”, organizado por la Universidad de Guanajuato, México, 2011. Primer lugar en poesía en los Juegos Florales “Profesor Luis Pavía López”, edición 2007, en Ensenada, Baja California, México.   

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