Carlos Pellicer

Quince minutos de Hora de Junio[1]

Adolfo Castañón 

para Carlos Pellicer López,

en prenda de alta estima 

Carlos Pellicer. Foto Cortesía.

Carlos Pellicer. Foto Cortesía.

I

En 1976 vi —una forma epidérmica de conocer, de tocar con la mirada— a Carlos Pellicer (1899-1977) con motivo de la publicación de Esquemas para una oda tropical[2] en el Fondo de Cultura Económica auspiciada por Alba Rojo y Jaime García Terrés. Tendría yo unos veintiséis años y el poeta andaría acercándose a los ochenta, y moriría menos de un año después.

Estaba rapado, iba vestido de punta en blanco y tenía un aire impecable y limpio. Parecía una serpiente albina, sin edad y sus ojos fijos se movían rara vez, pero a gran velocidad. Se puso a leer el poema con alzada voz teatral que iba poblando la sala de ecos y presencias. Lo que más me impresionó fue su palabra. Pellicer hablaba a mis oídos una lengua nunca oída, un idioma sutil y sustantivo que yo atendía sin entender, y por así decir, miraba sin comprender. Subía y bajaba la voz, se encogía y estiraba y miraba al auditorio desde una distancia inmemorial, inconcebible como la mirada que hubiere lanzado una escultura griega o una cabeza olmeca. Parecía un dios en el exilio.

Aquello que salía de su voz no era el destilado expresivo habitual que nos va adormeciendo. Fluía de sus labios una fulgurante savia opalina que —insisto— yo oía sin lograr entender del todo, pero que me hipnotizaba como, supongo, Svengalizaba[3] a los demás. Ahí estaba ante nosotros, irguiéndose como una víbora alrededor del árbol de las palabras el amigo de Jorge Cuesta —a quien estaba dedicado aquel “Esquema para una oda Tropical” publicado originalmente en 1937 por las fugaces Ediciones Hipocampo al cuidado del poeta Xavier Villaurrutia—, el mismo año en que el poeta se había trasladado junto con Silvestre Revueltas, Octavio Paz y otros escritores mexicanos a la ciudad española de Valencia donde se celebró el Congreso Internacional de Escritores Anti-fascistas (No dejo de pensar en el aparente contraste dramático entre el ambiente de aquel Congreso y la atmósfera del poema. Digo aparente pues, por lo que se desprende de las crónicas de la época, las memorias de algunos protagonistas y la reconstrucción arqueológica que hace Guillermo Sheridan en su imprescindible Poeta con paisaje. Ensayo sobre la vida de Octavio Paz (2004), aquel Congreso fue tan selvático y estuvo tan poblado de lianas como las odas intactas del tabasqueño). Por cierto, el mismo Carlos Pellicer recordó que:

“Al regresar a México, en la tercera clase de un barco francés, el maestro Silvestre Revueltas […] me preguntó si no tenía yo a la mano un libro mío. Sí lo tenía. Era un ejemplar de Hora de Junio, de reciente publicación; se lo regalé, y poco después de nuestro regreso me telefoneó un día para decirme que había compuesto una obra para pequeña orquesta inspirada en tres sonetos que mucho le gustaron de ese libro. Está considerada, para alegría mía y honor mío, como una de sus obras más importantes; se leen los tres sonetos alternando en forma irregular con la orquesta. Hace algunos años invitaron al maestro Limantour a presentar una obra mexicana en la Sala de Música del Museo de Arte Moderno de New York y escogió esa obra de Revueltas. Yo fui el lector. La obra mereció los mayores elogios de los críticos especializados.”[4]

Otra cosa que me llamaba la atención de su persona era la elasticidad de sus movimientos, la velocidad de esos gestos que contrastaba con la ceremoniosa parsimonia de la dicción. En un texto que el propio poeta preparó para la presentación del libro pero que permaneció muchos años inédito, expresó:

“Mi libro de poemas Hora de Junio [sic] representa diez años de labor. La coherencia del conjunto ha sido más bien espontánea y es acaso mi mejor mérito. Con excepción de Dúos marinos y Retórica del paisaje calculados más o menos desde el primero hasta el último verso, los demás poemas son puro arrebato con mayor o menor intensidad, inclusive los sonetos. Sobre dos poemas fuertes: “Esquemas para una oda tropical” y “La voz”, reposa un arco problemático de temas diversos conjugados con otro-interior- de sonetos que se refieren, casi todo, a un desastre sentimental. El libro abarca ambiciosamente, casi todos los temas de la poesía […] El 95 por cierto de los versos de Hora de Junio son endecasílabos tratados libremente en lo que se refiere a las consonancias o asonancias y la libertad sólo se encuentra cuando los problemas técnicos fundamentales se han resuelto definitivamente.”[5]

Ese hombre-serpiente, no exento de ciertos aires deportivos como de nadador o de piloto de aviación, era un “poeta de la revolución” como ha señalado Gabriel Zaid[6].

No sólo lo era por haber acompañado al legendario José Vasconcelos en sus viajes por América[7] o por haber colaborado en sus propuestas editoriales, o por haber trabajado en las sobrias y mesiánicas misiones diplomáticas del México todavía convaleciente de sus fiebres insurgentes y revolucionarias. Lo era por su cristalino optimismo cristiano, por sus amistades —Diego Rivera, José Vasconcelos, Silvestre Revueltas, Jorge Cuesta, Xavier Villaurrutia—. Pero lo era y lo es sobre todo por su impecable conducta literaria, por su vanguardismo arriesgado que él llevaba y practicaba con infalible y fluida seguridad. Esa compleja pero sutil maquinaria de enunciados artísticos viene desde el subsuelo; nace, por supuesto, del barroco, de Góngora, pero el joven serpiente sabía nadar con espontánea fuerza en el aire cruzado y cubista del tiempo, y si bien tenía en lo literario el instinto del diálogo —recuérdense los poemas de Hora de Junio en que parodia y dialoga con Villaurrutia—, en lo poemático traía el oído despierto para atender la lección que se desprende del coloquio sostenido entre la poesía y pintura, entre el lápiz dibujante y el lapicero cantante. Un lápiz bien afilado —ya sabe— es instrumento que punza y corta.

Los poemas de Pellicer participan de esta condición incisiva y a veces tajante. La elegancia física de Carlos Pellicer —que en aquel día de 1976 me impresionó con su cráneo limpio como de faraón o de calavera de cuarzo azteca— se traducía en su dicción limpia. En su palabra se expresa el evidente pulimiento de sus versos tallados y labrados como terso jade o diáfana obsidiana, por más que haya dicho él mismo que era fruto del “puro arrebato”. En esa sesión el autor recitaba en el tono certero y didáctico del profesor de enseñanza secundaria que el poeta católico-pintor-profesor-museógrafo había sido a lo largo de muchos años; entonaba sus versos con la misma aplicación obstinada con que había venido cincelando a lo largo de los años la cantera de su decir.

 II

Hora de Junio es en la obra de Pellicer un libro axial. Cuenta varias veces una experiencia inicial o iniciática tan poderosa que le resulta necesario asediarla una primera y una segunda vez en forma íntegra (el “esquema” y la “segunda intención”) y luego una tercera en otras instancias. ¿Cuenta o da cuenta de una experiencia con drogas, o la visión alucinada de ese estado rayano en lo místico tiene otra fuente como la decepción amorosa o “el desastre sentimental” al cual él mismo alude? ¿De dónde viene el estallido peculiar de Carlos Pellicer?

Hora de Junio es el libro del mediodía en la vida del poeta. El sexto mes, junio, está a la mitad del año. El libro puede estar bajo la advocación del Dios Jano (que tiene una cara doble, una cara vuelta hacia atrás y otra hacia delante) o bajo la de la diosa  Juno —la divinidad protectora de los misterios de lo femenino en la trinidad capitolina—. Carlos Pellicer escribe el libro en plena posesión de sus destrezas y facultades. Como si fuese la carátula de un reloj, el poemario está constituido por 24 poemas.

La Hora de Junio es la de la recapitulación del pasado y del porvenir. Examen y proyecto. Libro sensual y libro mental, se presenta como un cuaderno de dibujo de un “pintor-poeta”, como dijo de él Luis Cardoza y Aragón, cuaderno que se abre con el deslumbrante “Esquemas para una oda tropical”, dedicado a Jorge Cuesta, quien en 1932 le había pedido a Pellicer y a Villaurrutia que apadrinaran el registro civil de su hijo Antonio Cuesta, producto de su matrimonio con Guadalupe Marín, la ex esposa de Diego Rivera.

El idioma suntuoso y sorprendente en que está escrito este libro del rey Midas de la poesía mexicana que todo lo que tocaba lo bañaba con estelar fulgor —según apunta Vicente Quirarte—, da su peso a cada una de las palabras: atrás, está la lectura precoz de Góngora y se diría que también de Garcilaso, Herrera y Gracián y también, por supuesto, la lectura del mexicano José Juan Tablada; alrededor, se podría imaginar una cierta afinidad del proyecto de Carlos Pellicer y en particular de Hora de Junio con Rafael Alberti y Gerardo Diego; en América, la tiene con José Juan Tablada, Vicente Huidobro y con Aurelio Arturo, apenas unos años menor.

La enunciación metálica y fluida de Pellicer, de compacto, pétreo y restallante cariz, aflora en este Jardín de letras o jardín botánico-poético cuyos personajes principales son el mar, la selva, las rocas, las nubes, las frutas y los cactus. No parece ser casual la asociación entre el mundo de los hombres y el de los hormigueros. Atraviesa el poema una compaginación sistemática del hombre y de la naturaleza, del hombre en la naturaleza, a través de “La voz” que figura aquí como una entidad mediadora y plástica y que es, de hecho, según confiesa el propio Pellicer en el texto arriba citado, una de las columnas sobre las que se levanta este templo de la palabra. El poema —advierte el sujeto elocuente— está alzado o enunciado por cuatro voces que, puede suponer el lector, son las de los cuatro puntos cardinales —norte, sur, este, oeste— o las de los cuatro elementos —agua, tierra, aire, fuego—. Esos cuatro rumbos se equilibran en un quinto punto: el centro, el eje de la escritura que es la voz a partir de la cual se da la “transposición de planos” que opera sistemáticamente el libro-poema. Años después, Pellicer abundaría en las ideas que lo rondaban al intentar escribir el poema:

“Concebí la construcción de un poema que se llamaría ‘Oda Tropical’ y que se realizaría a base de coros, coros de los dos sexos. Entonces yo podría los cuatro elementos en la zona tropical y de acuerdo con esos cuatro elementos habría cuatro solistas: una soprano coloratura para el aire, una soprano dramática para la tierra, un tenor para el agua y un barítono para el fuego.”[8]

Hora de Junio cabe ser leído como una construcción. Imagino que Hora de Junio se alza como un templo que descansa en las dos columnas mencionadas por Pellicer (“El Esquema” y “La Luz”) y como un pabellón de maderas preciosas que su vez se abren y se desdoblan en jardines interiores cuyos senderos se bifurcan al compás de la voz. Ese pabellón llamado Hora de Junio se abre al reino prometido de un amorhacía sí mismo que se resuelve en amor del mundo y en pasión por el poema. Hora de Junio es un pabellón verbal donde la luz se quiebra y produce planetarios que se refractan en una argamasa de sinestesias. Corren por el pabellón llamado Hora de Junio aires de inteligencia y brisas desagacidad pero sobre todo un aliento de contemplado júbilo contenido. La euforia de Pellicer no viene del trasporte de un idioma alcoholizado por enfáticos adjetivos. Viene del agua prístina y regia del substantivo que se yuxtapone sobre el substantivo (una lección que Carlos Pellicer le aprendió bien a López Velarde). Viene de las más secretas fuentes o alfaguaras que son también las más transparentes. La urdimbre sintáctica de Carlos Pellicer recuerda la artesanía indígena, el tejido inflexible del mimbre o la malla entreverada de la palma de moriche: modernidad y aseo, limpieza de los tejidos tropicales, de la textura elástica y firme de las mallas vegetales.

III

“… vivimos pidiéndole a la vida el absoluto y cuando nos lo da nos hacemos pedazos”

Gabriela Mistral a Carlos Pellicer, abril 1928

Uno de los poemas de Hora de Junio, “Elegía délfica”, (“Apolo ha muerto”), se fecha en 1929; otro, “Grupos de palmeras” en Asuán, Egipto, el mismo año; en la página preliminar, el poeta advierte que alude a “Quetzalcoatl” sin nombrarlo en la anécdota de Chichén-Itzá y en la línea de abajo declara que hace “recuerdo de dos héroes culturales fruto del trópico: Buda universal, Quetzalcoatl de nuestra América”. El libro fue publicado en México, el mismo año y su edición estuvo al cuidado de Xavier Villaurrutia en el año que, como ya se dijo, Pellicer viajaba a Valencia, España, al Congreso de Intelectuales Anti-fascistas. El cosmopolitismo no afecta nunca la unidad del poema y más bien esa cartografía peculiar podría sugerir una sendero, un camino calculado o discretamente iniciático. Como si el proyecto vital que está atrás o debajo de la escritura del poema tuviese que ver con un móvil místico, si no es que religioso. Razón religiosa, que aspira a expresarse en términos poéticos y estéticos y que, se diría, se plantea fuera del ámbito doctrinario para elevarse a una dimensión estrictamente lúdica, poética, espiritual. No hay, fuera de la consigna contemplativa y hedonista y del imperativo sensual y sensitivo, otra brújula que la del amor, la danza, la proporción estética que guía al poeta que se concibe a sí mismo implícitamente como un maestro de ceremonias del cosmos cuya función consistiría, entre otras, en acomodar el paisaje y, por así decir, lograr a través de sus palabras exactas que la perspectiva de la tierra en fuga siente mejor sus reales y que tome a través de él mejor posesión de sí misma:

“Apolo ha muerto”

Reza el poema citado. Esta voz ritual hace esperar la aparición de la otra ceremonia complementaria: “Viva Apolo”, que es, como se sabe, la deidad presidente de las musas y, antes, del auto-conocimiento, del dios que habita a Carlos Pellicer. Poeta al fin y al cabo, Pellicer sabe que un idioma estereotipado sólo puede producir un conocimiento igualmente común y corriente y que el juego del poema tiene más gracia y energía cuando es capaz de cortar los susodichos valores previsibles. En esta cruzada lírica en busca de nuevas formas de celebración del paisaje por la palabra, Pellicer sabe que no está sólo –y él sabe que lo precede y rodea una extensa generación-; tampoco ignora que sólo logrará mantener su rumbo magnético entre las nubes a través de una honradez artística y de una probidad artesanal, tan inflexible como cotidiana. Otra forma de adentrarse por la lectura del libro sería seguir las huellas de las personas a quienes está dedicado: su hermano, Jorge Cuesta, Juan Coto, Roberto Meza Fuentes, Xavier Villaurrutia, Rafael Solana, Mauricio y Vicente Magdalero, Genaro Estrada, cierto poeta desconocido. Ninguna mujer. En todo caso es una red, una constelación de amistades invitadas a esa fiesta que es Hora de Junio, donde el poeta recapitula su experiencia y empieza el trazo de lo que será la segunda mitad de su vida creativa:

Yo, desollado, rejuvenecido,

cada vez que los días dan la hora.

De las raíces sube hasta mis ojos

el vigor permanente de la ausencia.

 

No hay crimen: sólo voluntad de vivir

dentro de la simetría de cada uno.

La flor, el fruto, el insecto, el pájaro, las víboras, la

                                                                     [fiera,

y esos colores, húmedos

guantes de algunos árboles,

y la luz de un instante que el viento hace posible”[9]

Hombre-árbol, hombre-ceiba, hombre-ciprés y hombre-encina, Pellicer toma la palabra y hace de sí mismo un espacio de identificación absoluta con el diálogo de la naturaleza del lenguaje consigo mismo:

“Creo que en cualquier parte del poema

esto que estoy diciendo soy yo mismo.”


[1]Apuntes para una conferencia dictada el 20 de junio de 2007 en la Biblioteca Nacional en la Ciudad Universitaria, en el marco del 70° aniversario de la publicación de Hora de junio y la participación del poeta en el Congreso Internacional de Escritores Antifascistas en Valencia, titulado “Carlos Pellicer entre el amor y la guerra”.

[2]Carlos Pellicer, Esquemas para una oda tropical, México, Fondo de Cultura Económica, 1976, 39 pp.

[3]Svengali es el nombre de un personaje de una película de 1931. Se trata de un profesor  de música que utiliza en todos los sentidos a las mujeres y las controla por medio de ciertos poderes hipnóticos y telepáticos.

[4]Samuel Gordon, Carlos Pellicer. Breve biografía literaria, México, Ediciones Equilibrista y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1997, p. 63-64.

[5]Ibíd., p. 62-63.

[6] “Tres jóvenes poetas, que bien pudieran llamarse de la Revolución, con la misma latitud con que se habla de novelistas de la Revolución, iban a romper, cada uno a su modo, el cerco de esa estrecha definición nacional, y a encarnar nuevos personajes poéticos: Ramón López Velarde (1888-1977), Alfonso Reyes (1889-1959) y Carlos Pellicer (1897-1977), precedidos por un poeta veterano que rejuveneció: José Juan Tablada (1871-1945).” “Pellicer busca su patria fuera y halla tierra firme en la plataforma del continente. Mucho antes que Neruda, empieza a cantar los puertos y las playas de América. Vive en Colombia y Venezuela, de 1918 a 1920, enviado como líder estudiantil por el Gobierno de Carranza. En 1922, acompaña por América a Vasconcelos, quien prolonga más tarde su segundo libro (Piedra de sacrificios. Poema iberoamericano, 1924): ‘Pertenece Carlos Pellicer a la nueva familia internacional que tiene por patria al continente y por estirpe la gente toda de habla española’”. Gabriel Zaid en Carlos Pellicer, Antología Mínima, México, Fondo de Cultura Económica, 2001, p. 8-10.

[7]Carlos Pellicer, Piedra de sacrificios. Poema Iberoamericano 1924, [Prólogo de José Vasconcelos], México, Ediciones del Equilibrista, 1993, p. 7.

[8] Carlos Pellicer citado por José Joaquín Blanco, Crónica de la poesía mexicana, 1977 en Carlos Pellicer Esquemas para una Oda Tropical [A cuatro voces], Edición crítica comparada y anotada por Samuel Gordon, México,Instituto de Cultura de Tabasco, 1987, p. 11.

[9] Carlos Pellicer, Hora de Junio 1929-1936, México,  Fondo de Cultura Económica, 2001,  p. 30-31.

Adolfo Castañónmexicano, es poeta, narrador, ensayista, traductor, editor y crítico literario. Estudioso de las obras de Michel de Montaigne, Alfonso Reyes, Juan José Arreola y Octavio Paz. Miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua. Ha sido miembro del consejo de redacción de varias revistas en Latinoamérica, como Vuelta, Letras Libres, La Cultura en México, Plural, Gradita y Literal.   

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