Gerardo Cárdenas*
“…las artes traspasan todos los muros, aduanas y fronteras”. Los privilegios de la vista, p. 35 Octavio Paz, FCE, 1987.Toda cultura que se encierra en sí misma, está condenada a una muerte pronta. Independientemente de la riqueza y diversidad que una cultura nacional pueda tener, la pérdida de la perspectiva ajena le llevará irremediablemente al provincialismo. Pensemos en Diego Rivera, sin la influencia de Modigliani y Picasso en París; o en Alfonso Reyes, sin la impronta de Croce y Mallarmé; o en Octavio Paz, sin sus viajes a la India o sus contactos con los surrealistas; o en Tablada y la inspiración que obtuvo de la poesía nipona. Es un camino de doble vía porque no es raro que un artista obtenga primero reconocimiento fuera de su tierra, antes que en su tierra. El artista rompe el molde nacional, peor para que su obra tenga importancia en su país de origen, muchas veces tiene que contar con el reconocimiento obtenido en el exterior.
La cultura florece en tanto es parte de un diálogo que sólo puede darse fuera del contexto original en que opera el creador, sea éste músico, poeta, novelista, pintor, cineasta, etcétera. Vuelvo a Paz: en el preámbulo a Los privilegios de la vista Paz nos recuerda los orígenes del muralismo, punto central del arte pictórico mexicano del siglo XX. José Vasconcelos, ministro de Educación post-revolucionario, pone en marcha el muralismo porque tiene una visión de renacimiento de la cultura mexicana, una visión global en la que Paz detecta las influencias tanto del Renacimiento italiano como del arte bizantino. Operaba en Vasconcelos una visión que, si bien era endógena (el arte mexicano como cumbre del arte latinoamericano), era también imposible explicar sin las influencias que había recibido de sus viajes a Europa.
Tomemos otro punto de referencia: en el 2013 se cumplen cien años de una exposición que cambió el rumbo del arte pictórico. Hablo del monumental Armory Show que trae a Nueva York, por vez primera, a artistas como Georges Braque, Mary Cassatt, Picasso, Rousseau, Duchamp, etcétera. Primero en Nueva York, y luego en Chicago y Boston, Estados Unidos contempla al surrealismo, al cubismo y a las vanguardias europeas. No sólo la vanguardia europea florece con su inmersión en Estados Unidos: sería imposible pensar en el expresionismo abstracto sin la influencia del Armory Show y del muralismo mexicano.
Vuelvo a Paz, porque en Los privilegios de la vista, en el ensayo “Pintura mexicana contemporánea” aborda precisamente el tema del necesario internacionalismo del arte, sin el cual la creación no se da en libertad. Paz hace referencia al Armory Show como el aguijón que sacude al arte estadounidense del siglo XX y lo saca del provincialismo pero subraya las influencias del arte moderno mexicano (entendiendo por moderno el periodo entre 1920 y 1940) para plantear que al tiempo que existía una pasión por lo nativo en los creadores mexicanos había un ineludible compromiso con la estética internacional. No debemos olvidar el contexto: Paz escribe este ensayo como discurso de presentación de la exposición Pintado en México que en 1983 lleva a Madrid a artistas de la talla de Gunther Gerszo, Juan Soriano, Manuel Felguérez, Vicente Rojo, Alberto Gironella, Francisco Toledo y José Luis Cuevas.
Escribo estas líneas para responder a la pregunta que ha hecho el poeta, crítico y promotor cultural mexicano Eduardo Estala: ¿Por qué es importante apoyar la cultura y el arte en México y desde el extranjero? Pero confieso que sólo respondo a la segunda parte de la pregunta debido a mi perspectiva de escritor mexicano que reside, desde hace casi un cuarto de siglo, fuera de su país de origen.
El pensamiento de Paz – para mí el más universal de nuestros autores – me remite a la necesaria internacionalización de la obra artística. El arte tiene que pasar por el cedazo de la crítica exterior para trascender. La obra de arte – bien se trate de un poema, una novela, un cuadro, una película – debe ser capaz de sostenerse por sus propios méritos frente a otras obras, en otros países.
Paz, al examinar estas cuestiones, ya aludía a la necesidad de la creación autónoma, es decir, independiente. Subrayaba que el Estado había sido el gran benefactor del arte mexicano durante el siglo XX pero opinaba, a finales de ese siglo, que ese lugar debía ser ocupado por la sociedad civil (en esta segunda década del siglo XXI, y desde Estados Unidos, donde el sector civil es mucho más poderoso e influyente que el oficial, yo lo identifico con las instituciones filantrópicas y las organizaciones sin fines de lucro).
El Estado mexicano se ha mantenido como garante y financiador del arte; por desgracia, esto sucede a costa del arte mismo. Se ha logrado el efecto inverso: en vez de impulsar al arte mexicano a tener un diálogo enriquecedor más allá de las fronteras, se queda en casa y apoya por igual lo valioso que lo mediocre. Y el gran reto para el arte mexicano reside precisamente en la ausencia, o debilidad, de un sector civil que remplace al Estado y que ponga a los artistas mexicanos de cara a sus homólogos no sólo latinoamericano, sino estadounidenses, europeos, africanos y asiáticos. Este proceso no se está dando.
Como escritor, es más factible que en Estados Unidos me encuentre con la literatura peruana, argentina o colombiana, que con la mexicana; y es más factible que me encuentre con instituciones no mexicanas, digamos el Instituto Cervantes, que se interesen por apoyar y difundir a escritores mexicanos, que instituciones mexicanas, incluyendo las diplomáticas que hagan lo mismo. Y todo esto contribuye, por desgracia, a un creciente provincialismo de las letras mexicanas. Pienso, por ejemplo, que hay puentes que deben explorarse entre la poesía mexicana y la poesía estadounidense. Y veo, con cierta desesperación, que las oportunidades se están dejando pasar.
*Gerardo Cárdenas, mexicano, escritor y periodista. Salió de México como corresponsal en 1989 y radica en Chicago desde 1998 tras haber vivido y trabajado en Miami, Washington, Bruselas y Madrid. Es autor del libro de relatos A veces llovía en Chicago (Libros Magenta/Ediciones Vocesueltas, 2011) que este año recibió el Premio Interamericano Carlos Montemayor a mejor libro de relatos de 2011 y 2012. Tiene en vías de publicación un poemario. En Chicago dirige la revista cultural contratiempo y escribe el blog En la Ciudad de los Vientos.