Liliana Pedroza Castillo
En el entendido que las relaciones diplomáticas entre países se inauguran a modo de gozoso festín a través de las artes y de la cultura, es necesario repensar sobre cómo se establecen estos lazos de comunicación entre culturas.
En mi experiencia en la gestión cultural de los espacios alternativos dentro y fuera de México, discierno que lo urgente y necesario en este caso es mostrar el discurso artístico que ronda en la periferia del mercado de la cultura, ese que difícilmente sale para ser recibido por una gran cantidad de público. Sin embargo extiende sus redes de conexión a través de pequeños recintos y en pequeñas dosis. Galerías, bibliotecas, bares, teatros, parques, cualquier lugar puede ser aforo para convocar a artistas de distintas disciplinas y crear un ambiente propicio para la interacción entre creadores y espectadores. Generar espacios para el encuentro con público llamado deliberadamente a compartir la tarde o espontáneo que interrumpe su itinerario del día. Generar un nuevo público. Provocar el cruce del arte con la vida cotidiana hasta que su frontera se difumine. Jugar con los espacios, los artistas, los espectadores en todas las combinaciones posibles. Provocar el asombro.
El agregado cultural es también un intermediario entre el artista y el público, pero no sólo visto en esa labor simplificada como un medio o un conductor que une un punto u otro, sino con el deber de ser además el curador de un complejo discurso cultural y multidisciplinario. Un equilibrista que debe tensar la cuerda por la que va a caminar entre la tradición y la ruptura en el arte y en una dinámica cultural en constante renovación —aquellos paradigmas estáticos en el imaginario extranjero sobre las sociedades de un país frente al flujo vital que transforma y renueva esos mismos paradigmas—. Mediar entre la mirada propia y la ajena.
Mientras que el activismo cultural se diversifica y se transforma a partir de los numerosos estímulos del arte, el desempeño de la diplomacia cultural está tentado en caer en la trampa del anquilosamiento de la burocracia, de un radio de acción delimitado, de la repetición. De lo que se trataría entonces, tal vez, es de cruzar caminos y sumar esfuerzos. La confluencia del quehacer de uno y otro para que el arte y la cultura respire en otros ámbitos y contagie a sus espectadores. Que dentro de lo pertinente y necesario fuera el de tomar por asalto las calles para que la cultura y el arte dejen de vivir en espacios asépticos y alejados de la vida diaria. Provocar un encuentro entre culturas no sólo para marcar las diferencias sino para poder mirar las coincidencias. Y dentro de ese territorio común, colocar en igualdad la cultura oficial y la emergente. He ahí el reto.
Liliana Pedroza Castillo, mexicana, es narradora y ensayista. Licenciada en Letras Españolas por la Universidad Autónoma de Chihuahua, México, y doctora en Literatura Hispanoamericana por la Universidad Complutense de Madrid, España. Ha obtenido el Premio Nacional de Cuento Joven Julio Torri, México, 2009, el Premio Chihuahua de Literatura, México, 2008, en género cuento. Ha sido incluida en diversas antologías y publicado en revistas culturales nacionales y extranjeras; algunos de sus cuentos han sido traducidos al francés y griego. Es autora de “Andamos huyendo, Elena” (Ed. Tierra Adentro, México, 2007), “Vida en otra parte” (Ficticia Editorial, México, 2009) y «Aquello que nos resta» (Ed. Tierra Adentro, México, 2009). Recomendamos visitar: http://www.lilianapedroza.com