Blanca Margarita Parra Mosqueda
Voy de regreso a mi oficina, después de una conferencia muy de madrugada en una de las preparatorias privadas del D.F. Apenas tuve tiempo de dejar al hijo en la escuela, antes de las 8 de la mañana, y solamente alcancé a tomarme el café sin el cual no puedo salir de casa. Tengo hambre.
Decido parar en una de las tantas cafeterías-restaurantes sobre San Antonio, cerca de Mixcoac. Y voy directo a la barra para que me atiendan más rápidamente. Por eso y porque, según yo, sentarse en la barra es indicio de que uno no está disponible para una conversación.
En efecto, la mesera toma mi orden apenas me acabo de sentar. Mientras me sirve abro el periódico y leo los titulares, deteniéndome en alguna nota que llama mi atención. Me interrumpe una voz: “¿Me puede pasar el salero?”. Es el caballero de al lado, y tengo que hacer sentido de lo que me dice antes de pasarle el frasquito. “Gracias”, me dice, y respondo “de nada”. Debí asentir con la cabeza, sin más.
La mesera me sirvió ya el café, y mientras comienzo a saborearlo regreso a las notas del periódico. “¿Es usted de Colima? Por el acento”, me interrumpe nuevamente. Con un poco de impaciencia respondo “No, soy de Jalisco”. “¡Ah! ¡Qué bello Estado es Jalisco! Hace mucho que estuve ahí y me encanta. Sobre todo sus playas.” Supongo que mi mirada en este momento muestra ya una franca irritación, pero el tipo no parece darse por aludido. Tiene como unos cuarenta años, arreglado y que seguramente piensa que soy un ligue fácil.
De esas veces en que añoro los tiempos en los que era invisible, antes de los dieciséis años. De entonces a la fecha no es que haya cambiado mucho; a pesar de los años y del embarazo, sigo siendo pequeña, me sigo peinando/no peinando como antes, y uso ropa muy poco sugerente, que me permita estar cómoda y al mismo tiempo funcionar en el ámbito de trabajo. Tal vez mi mirada cambió después de los sucesos del 68, pero este tipo ¡ni siquiera puede verme a los ojos!
“¿Usted trabaja por aquí?”, vuelve a preguntar. Ahora sí, esto ya pasa de la raya, pienso, pero no contesto inmediatamente. Entonces recuerdo que la manera más eficiente de deshacerme de un inoportuno galán, allá cuando iba a las fiestas de mi pueblo, era confesar mis inclinaciones. “Soy matemática, me dedico a la investigación y sólo pasé por aquí.” Seguro se quedará callado y me dejará desayunar en paz. Respiro. La mesera trae los molletes que pedí para desayunar.
“Oiga, qué interesante” ¡vuelve a hablar! “¿Usted sabe si ya se probó el Teorema de Fermat?” Me levanto sin contestar, ahora sí con ganas de estrangularlo, y le pido mi nota a la mesera. Iré a almorzar con Doña Mary, cerca de la oficina. Mientras, aprovecho para que se me baje el entripado.
Dra. Blanca Margarita Parra Mosqueda, mexicana, acreditada como Instructor Certificado (Tec de Monterrey) y Author/Designer (U. de Maastricht y U. Jesuita de Wheeling) en Aprendizaje Basado en Problemas. Con amplia experiencia en diseño curricular, desarrollando planes y programas de estudio para diferentes instituciones reconocidas: bachilleratos del Instituto Politécnico Nacional (1990); bachilleratos del Sistema Tec de Monterrey (2000); bachilleratos del Sistema de Colegios Jesuitas (2008), así como la creación, diseño y coordinación de las maestrías en educación matemática en las Normales Superiores de Saltillo y del Estado de México.
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