Luis Pineda Villaseñor
La palabra haikú se refiere a una forma de poesía de origen japonés conformada por tres versos y diecisiete sílabas, normalmente repartidas en versos de cinco, siete y cinco sílabas fonéticas o de poesía (influye el acento en las palabras finales del verso en aguda o esdrújula, así como el tipo de vocales entre palabra y palabra). No debe haber rima, siempre es en presente y el ‟yo” no ha de percibirse.

Imagen de Cynthia Bustillos. Fuente: http://cynthiabustillos.files.wordpress.com
El haikú alude, ya sea explícitamente o de forma sugerida, a la naturaleza de una época del año, como la primavera o el otoño. Los términos que indican el tiempo en que se sitúa el poema se conocen como kigo; así, por ejemplo, tenemos a la palabra ‟luna” como representante del mes de octubre. La metáfora —recurso importante en la poesía occidental— es admisible sólo en sus formas más sencillas o sutiles en este tipo de composiciones. Otro elemento importante que distingue al haikú es el llamado kireji, una puntuación poética con la que se marca el estado espiritual o anímico del compositor; a menudo divide la primera parte del poema, en la que el concepto inicial o premisa no se ha extendido a otros idiomas. Se trata de poemas que deben estar escritos en su totalidad bajo normas estrictas, como corresponde a una forma clásica de poesía.
Un haikú no es un silogismo o una adivinanza, sin embargo existe cierta conexión intelectual, la sugerencia de un todo, de la unidad espiritual que conduce a la revelación sorpresiva de ese preciso instante de iluminación, conocido como satori en el budismo zen; dicho recurso puede usarse en cualquier parte del poema en forma de símbolo de interrogación, admiración o separación. Y podría continuar citando normas formales para clasificar como haikú clásico a un poema, ya que la cantidad de elementos que debe contener o no es extensa y compleja, especialmente para quienes no hemos nacido en la tradición milenaria de Japón.
Para ilustrar el aspecto teórico recordemos, con su obra, a algunos de los poetas japoneses más conocidos:
Un relámpago
y el grito de la garza
hondo y oscuro
Sobre la rama seca
un cuervo se ha posado;
tarde de otoño
Matsuo Bashô (1644-1694)
Ante los crisantemos blancos
las tijeras vacilan
un instante
Taniguchi Buson (1716-1783)
Luciérnaga en vuelo
¡mira!, iba a decir, pero
estoy solo
Taigi (1709-1771)
Se presenta
ante el respetable público
el sapo de este pantano
Kobayashi Issa (1762-1826)
La grulla salvaje
vuela encima del sendero
en el rayo de luna
Masaoka Shiki (1867-1909)
En español, existe una tradición de poetas que han incluido el haikú como una forma de su expresión artística. En México sobresale José Juan Tablada (1871-1945), quien los llamó “poemas sintéticos”; destaca la poca importancia que da a la métrica, no así al ingenio con el que crea imágenes brillantes; sus versos de estilo “modernista” son ricos en rimas, onomatopeyas y aliteraciones. Además, tiene el mérito de incorporar imágenes locales.
Tierno sauz
casi oro, casi ámbar
casi luz
Octavio Paz (1914-1998) fue un admirador, intérprete y creador de haikú. Sus poemas privilegian la música del idioma, la importancia del mundo natural, los contrastes, las oposiciones, el ritmo, el silencio y un fino sentido del humor.
Sobre la arena
escritura de pájaros
memorias del viento
Luna, reloj de arena;
la noche se vacía
la hora se ilumina
Imposible no mencionar a Jorge Luis Borges (1899-1986), quien en 1981 publicó su libro Diecisiete haiku; no parece casual que lo haya titulado así, pues se trata de una evocación a las diecisiete sílabas de haikú tradicional. En dicho texto, el autor hace un prudente comentario al mencionar que le preocupa la sonoridad de sus poemas para los oídos japoneses.
Algo me han dicho
la tarde y la montaña.
Ya lo he perdido
Otro rioplatense que ha recreado las posibilidades del haikú es Mario Benedetti (1920-2009). En Rincón de haikus ofrece su propuesta, que no es metafísica o mística como la de Borges, sino lúdica, irónica, y no siempre se ajusta al canon clásico.
Pasan las nubes
y el cielo queda libre
de toda culpa
El haikú moderno ha elegido el camino de la sugerencia y la simplicidad. La sugerencia la logra en tanto que el contenido patente, lo obvio, es parte del contenido latente; es decir, lo no dicho, lo no explicado. Evoca una zona silenciosa, más allá de lo textual, y así asegura su permanencia. Tiene el principio de la sugerencia de la imagen, la cual exige ser completada por el lector, debe ir aclarándose, descifrándose poco a poco; las imágenes no están terminadas, no son finales…
La simplicidad es el principio por el que se obtiene, con naturales y mínimos recursos, un texto literario válido. Por su brevedad, el haikú repele lo artificioso, decorativo y profuso. De golpe ataca a la emoción, a lo sensible. Es un concentrado que, cuando somos tocados por él, provoca una respuesta igualmente concentrada. Lo que Barthes llama “anotación sincera del instante-elite”.
El haikú occidental tiene un aroma propio que no lo demerita, sino que lo caracteriza. Permite una expresión poética en lo concreto y sencillo, llena de sugerencias, visión emocionada y de una naturaleza lingüística diferente en la que el instante de iluminación se hace manifiesto y es transmisible en nuestro idioma.
Decir otoño
con diecisiete sílabas
sí es haikú
hasta el invierno
deja un poco de pan
para el ratón
Nota del editor: Este texto se publica como parte del acuerdo de colaboración entre la revista cultural mexicana Bicaalú y el Mexican Cultural Centre. Recomendamos ampliamente visitar la página web: http://www.bicaalu.com/
Luis Pineda Villaseñor, mexicano, se graduó con mención honorífica como médico cirujano por la UNAM en 1974. Hizo un posgrado en neumología y ejerció la medicina hasta 2002. Luego se entregó a sus otras vocaciones: el mar y la navegación —es patrón de yate— y las letras. Es maestro en Creación Literaria por el Centro de Cultura Casa Lamm, México, con una tesis sobre el haikú. En 2010 apareció Sendero de instantes, una colección de haikú, y en 2014 publicó su primera novela: Marea negra.