En algún país de la memoria: Construcciones o destrucciones genéricas e identitarias en “Las confidentes” de Angelina Muñiz-Huberman

Espejo y espectáculo, telescopio y vivero,  el libro aparece entonces no sólo como la figura arquetípica de la obra, sino como la mejor encarnación del hijo, la personificación del árbol que cada cual ha de sembrar en el interior de sí mismo. 

Adolfo Castañón, Por el país de Montaigne.

Juana Graciela López Rojas

En el apartado principal de Poesía Contemporánea de la biblioteca Cervantes Virtual apareció en 2010 Angelina Muñiz-Huberman (1936 – ) y la imagen de la escritora estuvo compartida con la de su gato. Esta fotografía, en el contexto de su exhibición, ilustró el papel destacado de Angelina como poetisa, pero no sólo la poesía es importante en la producción literaria de esta autora, sino también la novela y el ensayo.

Angelina Muñiz-Huberman. Crédito de la fotografía: http://www.ateneoesmex.com/inicio/1375/noticias

Angelina Muñiz-Huberman. Crédito de la fotografía: http://www.ateneoesmex.com/inicio/1375/noticias

De acuerdo con la página del 2010, la lista de los libros publicados por Angelina Muñiz estaba cerca del número treinta y a esta cifra que representa una notable trayectoria en las letras hispánicas se suman los grados académicos, así como los varios reconocimientos culturales y universitarios que Muñiz-Huberman ha recibido según datos de la misma biblioteca.  En la misma página se menciona que algunas obras recientemente difundidas son: El mercader de Tudela (1998), El canto del peregrino (1999), Trotsky en Coyoacán (2000) y Molinos sin viento (2001).

De las obras mencionadas por la página ya citada, Molinos sin viento es la que inaugura el género de las seudomemorias, dicho género está atribuido a Angelina Muñiz-Huberman por los recursos de construcción de sus textos, donde hay una oscilación continua entre la historia, la biografía y la memoria[1]. Sobre el término ‘seudomemorias’ la autora refiere que es un concepto que atiende la delgada separación entre historia vivida y ficción vistas a través del filtro del recuerdo. En entrevista con Jorge Luis Herrera la autora comenta que además dicho género, al parecer  de acuñación  propia, le permite borrar o tratar con mayor libertad la barrera que intenta marcar una separación tajante entre la memoria y la imaginación (Herrera, 2004).

Dentro del artículo de Alicia Rico contenido en la revista Espéculo (2005) se menciona que Tusquets publicó Las Confidentes (1997), para Rico esta novela es de estructura poco común lo que le recuerda a los relatos transmitidos por la tradición oral y también al Decamerón del siglo XIV escrito por Bocaccio a tal antecedente habría que agregar a Miguel de Cervantes con El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha del siglo XVII y con mayor correspondencia a María de Zayas con las Novelas amorosas y ejemplares escritas en el mismo siglo, pues esta última escritora presenta en sus novelas una estructura similar a la de Bocaccio y Cervantes, a la cual además añade la fuerte presencia de una voz femenina y temas que giran en torno a los sueños, escapes, amor y venganzas, los cuales son también frecuentemente abordados por Angelina Muñiz, quien en comentarios de Rico está interesada por escribir sobre: «la crisis espiritual, la Guerra Civil española [sic] y el exilio, la vida y la muerte, la creación y la destrucción, el conocimiento místico incluyendo aquí la alquimia, la cábala, la recreación de mitos y leyendas» (Rico, 2005).

La entrevista de Jorge Luis Herrera y el artículo de Alicia Rico presentan un recorrido crítico a través de varios libros de Angelina Muñiz y su relación con la seudomemoria, así como la importancia de la autora en la literatura hispanoamericana contemporánea. Es propicio mencionar el objetivo de este ensayo es abordar a la novela titulada Las Confidentes (1997) para dialogar con la siguiente cuestión: ¿Cómo es percibida la imagen de México por las confidentes, en tanto personajes representativos de una identidad genérica a partir de sus historias?

Es necesario mencionar que la estructura de la novela es muy particular y no nos proponemos ahondar en ella desde una perspectiva analítica literaria, pero es necesario referir que la novela presenta una colección de confidencias oscilantes entre madre e hija en cuyo trasfondo puede leerse el conflicto de estar o no estar en un país, de ser o no mexicanas, de pertenecer a uno u otro lado del mar que separa América y Europa. A la tensión que causa la identidad debe sumarse el transe femenino de ‘repetir’ o transmutar de la madre a la hija el legado imperecedero y muchas veces opresor de la memoria.

En el recorrido de nuestras propias observaciones resultan útiles los planteamientos sobre género venidos del ya clásico ensayo feminista de Simone de Beauvoir El segundo sexo publicado por primera vez hacia 1949, así como las exploraciones de identidad  contenidas en Madres y huachos. Alegorías del mestizaje chileno (1996) ensayo de Sonia Montecino y algunas consideraciones de Adolfo Castañón tomadas de Por el país de Montaigne (2000), además de recopilar un par de conceptualizaciones sobre la memoria  venidas de diferentes teóricos.

Para comenzar hay que mencionar que la disposición de las historias de Las confidentes (1997) está dada por números, en total son 15 historias más un pequeñísimo apartado a manera de epílogo. Las 15 historias están relatadas por dos mujeres que se han reunido en casa para contarse entre sí los sucesos que han vivido, soñado o imaginado. A su vez,  hay un narrador omnisciente que da cuenta de las acciones de las dos mujeres, la voz del narrador se presenta en las pequeñas introducciones que hay antes de cada intervención femenina, por él sabemos que las mujeres son madre e hija, pero también que son las dos únicas confidentes.

La primera página de la novela comienza con una persuasión: «Yo sé que te gustaría (lo veo en tu cara: estoy segura) que te contara alguna historia.» (Muñiz-Huberman, 1997:11), la persuasión continúa y finalmente hay un convencimiento de la escucha, que impacientemente espera su turno de contar, y también impacientemente cuenta y hace que se repita el movimiento de las historias. La escucha es, en un inicio, la hija que pide historias a su madre, quien no puede contar sobre príncipes, cisnes, tesoros u otros personajes comunes, sino que procura recapitular y transmitir su experiencia vivida, decisión que condena a su escucha-hija a no intentar caer en los clásicos lugares comunes, obligándola a usar también su imaginación, vida y por lo tanto memoria.

La madre, una vez que se le ha otorgado o ella misma se ha impuesto un turno para expresarse, no pierde el tiempo y comienza  su  narración por la causa que la impulsa a desear ser escuchada, ésta es el exilio. Debido al exilio y su tratamiento por los discursos de la madre y la hija es que México aparece y se percibe en las historias. Al respecto de la identidad genérica, en este caso la femenina, y su relación con la identidad cultural explica antropológicamente Sonia Montecino que ambas son construcciones ubicadas en diferentes polos, pues la primera se ubica en una relación de particularidad y la segunda en la universalidad. El ser mujer y pertenecer a una cultura es una forma de concretar o individualizar el ethos ante una sociedad o conjunto de universalidades políticas, económicas, etcétera (Montecino, 1996:33).

Aunque cada historia tiene un título diferente y no todas tratan directamente sobre él, México es, en varias narraciones, el lugar donde se realizaron las acciones y el motivo de discusiones, muertes y conflictos de las mujeres. De acuerdo con el narrador «La Historia 1 contiene, entre otras obsesiones, los recuerdos de un viaje por mar, las fronteras de la madre e hija, la bien fundada infancia, y algunos problemas del cuerpo humano. Por eso se llama: Los brazos necesitan almohadas«. Como dice el narrador en el preámbulo, el viaje por mar del país de origen a otro supone un alejamiento entre la madre y la hija, es decir, se establecen diferencias entre ellas por la lucha de preservar los recuerdos que cada una cree más convenientes. Dentro de esta primera historia la hija menciona: «Cuando años después, mi madre me contaba la presencia de la gente y sus nombres  y el capitán y los oficiales, no le creía: imposible: su imaginación le había hecho ver esas personas. Como a ella no le gustaba la soledad, las inventó, la verdad es que no había nadie en el barco: ni siquiera mis padres» (Muñiz-Huberman, 1997:18). La especulación de la soledad en que la hija se muestra puede leerse como la puesta en duda de la identidad, la suspensión del mundo para encontrarse con un ‘yo’, para abandonarse en él y partir de él al presente.

La inverosimilitud que la hija aprecia en el relato de su madre es el inicio de las constantes disputas sobre las posibles versiones del pasado, este conflicto puede partir teóricamente desde la descripción sociológica de los roles madre e hija hecha por Simone de Beauvoir en el volumen dos del multicitado libro El segundo Sexo, Beauvoir afirma que las tensiones  y conflictos entre madres e hijas tienen un papel decisivo en la formación psicológica y social de las mujeres (Beauvoir, 1999: 313). En el proceso de separación y ruptura entre la madre y la hija, el tema del viaje a otro país es importante en la novela, pero más lo es el hecho de la vida en este otro país que es México, al cual llegan madres españolas y en el cual viven hijas mexicanas, ambas en conjunto con la mayoría de una población mestiza que ve o percibe con mayor resistencia a la cultura española que traen consigo los personajes maternos.

En el exilio la hija aprenderá que México es un país en donde la maternidad no solamente es tarea de crianza, sino de identidad nacional, de parto colectivo y primigenio de una madre mítica situada en el centro geográfico y burlada por un padre venido de ultramar, condición que tiende lazos y hace más o menos fraternal el vínculo entre países americanos, mas no con los países venidos del mar (Montecino, 1996: 34).

Para la hija, la percepción del viaje y el arribo a México comienzan a recuperarse del siguiente modo: «Se me representan otras imágenes: las del otro viaje: esta vez en avión. Mi primer viaje en avión. Ahora rumbo al continente: primero a Mérida, Yucatán: luego a la ciudad de México. Llegar a Mérida fue entrar en un libro extraño: las imágenes ya eran conocidas: esos hombres vestidos de blanco, con pantalones y sombreros cortos de africano» (Muñiz-Huberman, 1999:20). Mientras para la hija el viaje a México se representa con la imagen de una experiencia extraña, pero a fin de cuentas excitante por haber ocurrido en la infancia aventurera, para la madre y padre es una especie de calvario incomprensible que la hija condena: «Ellos no se daban cuenta que provocaban una conmoción, hasta el grado de que lo que ellos decían podía ser lo opuesto para los oídos que lo escuchaban. Sus palabras sonaban como las que pronunciaban otras personas, pero significaban otra cosa. Es indudable que el aparente mismo lenguaje de España y México no lo es. Por lo que los malentendidos eran indescriptibles» (Muñiz-Huberman, 1999:22).

Los malentendidos con las palabras abren brechas generacionales para las confidentes, distancias ideológicas que se agudizan con la pretensión materna de recrearse en la hija. Beauvoir explica teóricamente que la madre tiende a buscar en la hija una recipiendaria total de las vivencias de la familia, la hija es percibida como una extensión o prolongación biológica y social del proyecto femenino denominado maternidad (1999:311-314).

La extensión de la maternidad en las hijas quizá sería un lugar común pues madres e hijas son un eslabón en la cadena de la trama social, pero el rechazo a la cadena, a la recepción de la memoria cultural por la adopción de otra en un nuevo país  es el conflicto principal de la novela, en el cual la madre trata de perpetuarse en una hija que no se percibe como española. La confidente principal, sabe que su hija-escucha  tiene que transportar con ella las vivencias de la familia, y el acoso hacia ella comienza desde la infancia, la niña es plenamente consciente de la tarea que tiene impuesta: «Por eso y por algo más quieres que yo sea la heredera: la custodia: la que repite las palabras y los sucesos en cadena interminable. A mis hijos. Y mis hijos a sus hijos. Y los suyos a los de ellos. ¿No es así? Pero aún así, quiero que me cuentes un cuento. Aunque sea el último» (Muñiz-Huberman, 1997:12).

En el transcurso de la novela la madre acepta la petición de contar, desde la infancia de la hija ella pone en marcha sus ingeniosos planes, los cuales están encaminados a conservar y modelar en la hija un alter ego, que para Beauvoir es  una acción común en las mujeres que son madres: «En una hija la madre no saluda a un miembro de la casta elegida: busca a su doble. Proyecta en ella toda la ambigüedad de su relación consigo misma; y cuando se afirma la alteridad de ese alter ego; se siente traicionada» (Beauvoir, 1999:314).

El proyecto de formación de la doble, a la que la madre añade lo que ella no fue, puede verse en Regalo esperado donde la narradora describe como Aniella integró cuidadosamente diez preceptos a su hija, algunos de ellos son: «Una mujer sola puede conquistar el mundo. Segundo, tenía que hacer una carrera independiente. Tercero, debería desarrollar antiguas cualidades perdidas, propias de la mujer, como la intuición, la adivinación, el sentido de los sueños premonitorios […] Noveno, inventar lo que nadie había inventado. Décimo, hacer lo que nadie había hecho»(Muñiz-Huberman, 1997:68,69).

La otredad de la hija en un principio trata de ser anulada por medio de su inserción en las historias de la madre, ejemplo de ello es que la misma hija reconoce su extravío en la frontera entre su historia y la de su madre: «Después de oír tus historias ya no fui la misma. Perdí también el punto de vista y el horizonte me señalaba a ti o a mí indistintamente. Podía ser yo por dentro o contemplarme como una extraña. Y lo mismo me pasaba contigo. No sabía si eras tú o yo» (Muñiz-Huberman, 1997:13).

La brecha entre una y otra confidente llega a su punto crítico en México, donde -como se verá más adelante-  las historias de las confidentes llevan a una sola gran historia: «De cada historia vamos haciendo una. Avanzamos como cuadros de una colcha de punto de crochet.»(Muñiz-Huberman, 1997:85), los «cuadros» de la gran «colcha» se entretejen desde la infancia tanto en las historias de la madre como en las de la hija, la etapa infantil es un parteaguas digno de mantenerse presente a lo largo de la vida. Beauvoir comenta que la infancia es un recurso muy común en la mayoría de los casos de la escritura femenina porque:

Las mujeres, por el contrario [de los hombres], se suelen limitar al relato de sus primeros años, que son el material preferido de sus novelas, de sus cuentos. Una mujer que cuenta sus cosas a una amiga, a un amante, casi siempre empieza sus historias por estas palabras:<<Cuando era pequeña…>> Sienten nostalgia por ese periodo. Es porque en aquella época sentían sobre su cabeza la mano benévola e impotente del padre al tiempo que disfrutaban de los placeres de la independencia; protegidas y justificadas por los adultos, eran individuos autónomos ante quienes se abría un futuro libre. (1999:437)

Beauvoir menciona que la infancia es la etapa más libre que hay para muchas mujeres y por eso se recuerda con nostalgia, pero en la novela la infancia se convierte en un nido de traumas, que inicia con el exilio para terminar con la vida en México. Infancia, aventura y perturbación se mezclan en el nuevo país:

Recordaba: el tiempo ha pasado: regresan las frases de la infancia. Los sucesos. Recobro las imágenes del viaje. Del gran viaje de la infancia. Del gran viaje de la infancia que fue cruzar el océano Atlántico. Las aventuras habían empezado temprano para mí. Primero la Huída, la desbandada de la guerra civil española. La pérdida que habría de ser para siempre, de la tierra propia. Y, de pronto, encontrarme en medio del mar. Mar por todos los costados del enorme barco. Olvidar que el barco es barco y pensar, en cambio, que es una casa muy grande. De la cual no se puede salir: más que de un cuarto a otro: de un salón a otro. (Muñiz-Huberman, 1997:17).

La duda entre recordar y olvidar es una vaivén constante en las confidencias de la hija, mientras que para la madre sólo es posible y necesario recordar, hacer una reconstrucción sin huecos y mantenerla completa para entregarla entera a la posteridad, para ella: «Los grandes huecos del rompecabezas mental dejaban de serlo para ser rellenados con la pieza adecuada. En su recuento nada faltaba ni sobraba. Empezaba a llegar la perfecta reconstrucción de la memoria» (Muñiz- Huberman, 1997:57).

En las historias el recuerdo y el olvido son características que las confidentes atribuyen a la memoria, entre éstas dos polaridades hay una herencia abstracta que la madre impone y la hija unas veces rechazará otras apropiará. Dicha herencia impuesta, rechazada o asumida es la memoria, para la cual hay una serie muy extensa de definiciones, antes de tomar partido por una de ellas habrá que resaltar al motor de cada historia: el exilio, que como hecho vivido por una madre y una hija marca un punto indeleble en la historia. Por lo cual, las imágenes de México mostradas en la novela son variables desde la perspectiva que cada confidente toma, ya sea la visión de la madre venida de España o de la hija ‘mexicana’.

El exilio como evento general, puede definirse según Víctor Sosa como «una depuración y un punición» (2006:6); depuración porque es un estado que pone a prueba la identificación del sujeto como un ser único, aislado y diferente al encontrarse fuera de los yugos que aglutinan o masifican como pueden ser la familia y el Estado; la punición radica en el costo anímico a pagar por vivir fuera de la comunidad, desde la perspectiva de Sosa el exiliado es típicamente el loco, el disidente, el otro.

De acuerdo con las perspectivas de Montecino en el apartado “Mujer e identidad latinoamericana”, la mujer es la que se queda en la tierra, el pilar de la familia y la que la hereda, de aquí que separar a la mujer de sus raíces terrenas sea más problemático para ella que para un hombre, ligado a la aventura y al viaje. Montecino sostiene que las hijas heredan de las madres la identidad a través de la oralidad, mientras los hijos americanos pudieron serlo de cualquiera y están condenados a vagar por ahí bajo la identidad del ‘huacho’; las hijas son de ellas, en ellas se recrean y así no tienen porqué huir, pueden mantenerse en casa como domésticas o permanecer cerca en tanto objetos del deseo masculino, claro que Montecino se refiere a la mujer nativa, a la que vivía en América y cuyo destino está y permanece ahí, pero dicha explicación fundamenta bien el apego de la madre a la tierra.

Las confidentes de la novela, madre-hija, no tienen más arraigo entre sí que el país que una rechaza y la otra conserva en la memoria, desde esta perspectiva no son tan diferentes de la ‘llorona’, mito americano de mujer que pena por los hijos ahogados, cuyo lastre es la memoria, el recuerdo de lo perdido.

Montecino también expresa en “El marianismo y la cultura latinoamericana” (1996:36) que la figura de María, madre, es una constante en la cultura latina, misma que abarca tanto a México como a España y en dicho culto puede verse también la herencia como una carga destinada, las mujeres en la maternidad al igual que la Virgen María tienen que seguir un destino que les causa penas, sufrimiento y dolor, camino que se repite por condena y aceptación en una y otra mujer, de madre a hija. Atentar contra tal camino es atentar contra el rol de madre a hija en la historia.

Desde la óptica de las identidades de género, el símbolo mariano constituye un marco cultural, que asignará a las categorías de lo femenino y lo masculino cualidades específicas: ser madre y ser hijo, respectivamente. Las implicancias de estas categorías en las experiencias de mujeres y hombres poblaran su universo psíquico y darán modelos de acción coherentes con el espejismo que dibujan (Montecino, 1996: 39).

El marianismo funge como espejismo de identidad genérica, pero también cultural que se construye por la aceptación de un legado histórico. El artículo de Sosa tiene como título El necesario exilio (De la realidad a la ficción de lo real), y uno de sus argumentos es que hay diferencias importantes entre los exiliados, tras terrados y desterrados, una de ellas es que sólo los últimos adquieren la obsesión del retorno, porque en la pérdida de la tierra el sujeto «sufre y padece la amputación de su raíz-centro y flota a la deriva, en ese desarraigo; se desencuentra consigo mismo porque no se encuentra con los otros -semejantes- que incluso actuando como enemigos, y tal vez justamente por eso, le insuflan razón de ser, sentido y única dirección a su existencia» (2009:6).

El desencuentro que menciona Sosa está implícito en cada una de las historias de la novela, pero quizá más explícitamente en las historias de El mensaje, Regalo esperado, Melibea ha muerto, Soy bruja, La niña de Auschwitz y Fragmentos de madre o la imposibilidad de hacer preguntas. En cada una de estas narraciones está presente la identificación como sujeto único en comparación con lo otro, que puede ser México para los personajes que se van del lugar de origen, ejemplo de ello es Paula, quien en Regalo esperado, se presenta enmascarada ante la imagen del desconcierto mexicano: «Paula poseía otra cara de la moneda: la que presentaba ante las calles de la ciudad de México. […] Se inmiscuía, serpenteaba, aprendía el nuevo lenguaje. Parecía feliz y adaptada. Pero el regreso a la casa era el recuento de las diferencias: de los engaños: del estar en guardia: de las hipocresías, de las mentiras. Salir a la calle era la contemplación de un teatro ajeno, violento y desaforado.»(Muñiz-Huberman, 1997:59).

La incomodidad de algunos personajes que son madres como Paula, no sólo es geográfica  o social con México, sino incluso interna, hay madres que se apartan del cuerpo propio como pasa en la tercera narración, donde Teresa vive doblemente fuera, primero de su país y luego de sí  misma como su homónima nacida en Ávila:

Desequilibraste a tus hijos. Acercabas y alejabas a tus nietos. Mientras por dentro te debatías. Buscabas y no encontrabas. Lo mejor tuyo era cuando recordabas tu infancia. Para mí era tener vivo el pasado: conocer algo desconocido: La posibilidad de imaginar una vida tan lejana de la mía. El carnaval de las calles de Madrid. […] Y yo conociéndolo desde aquí, desde esta ciudad mexicana. […] Yo no soy como la otra Teresa, decías. Y no sé por qué lo decías. Ni siquiera creías en Dios. Hay que vivir en Ávila, continuabas […] Pero vivías en México, ¿Te das cuenta? (Muñiz-Huberman, 1997:80).

Los personajes de las historias mencionadas se perciben fuera y, al seguir los argumentos de Sosa se puede decir que por estar lejos de su centro común los personajes se reencuentran  frente a lo otro que es México, con sus recuerdos, su cultura y su modo de ser particular, es decir, todo aquello que les pertenece se concentra en su memoria. La memoria constituye el único objeto propio en tierra extraña, es ella la artífice del recuerdo, pero no es suficiente conservar en ella el hecho bruto, el cual es para las confidentes el exilio, sino que hay que enfrentar todo un proceso donde se teja y confeccione una experiencia, para Castañón ésta comienza con la reflexión:

Para ser plena, la experiencia exige ser pensada. Pide el paso de la razón por la impronta de la impresión, por el recuerdo, exige que la trama de la memoria sea armada por el pensamiento y por la razón, por un lenguaje que al cobrar plena fuerza se dará como experiencia. Pues el lenguaje sólo cobra verdaderamente: el peso de su nombre cuando vida activa y vida contemplativa, vida política y vida teorética se presuponen y queda la sensación de un ir andando en pos de ese darse cuenta, de esas razones para vivir y aun para sobrevivir, para educar y morir en paz habiendo delegado y enriquecido todos y cada uno de los dones recibidos. (Castañón, 2000:118).

Una vez que la reflexión sobre el exilio madura en el recuerdo corresponde a la memoria su reproducción u olvido. Un primer acercamiento a la memoria proviene de un breve recuento clásico, de acuerdo con Roberto Pellerey, en el mundo grecolatino la memoria estaba dividida en tres partes: a) función intelectual, b) instrumento retórico, c) técnica para el discurso cotidiano. Para Pellerey el acto de memorizar pertenece al inciso b), y había muchas técnicas para hacerlo (2004:27), una de ellas es repetir y repetir:

El método más utilizado consiste en la memorización de las salas de un edificio, y de las diversas partes de las salas (ángulos, puertas, ventanas, muebles, estatuas, objetos decorativos). Cada uno de los elementos del lugar, y el edificio entero es un sistema estructurado que organiza la serie de lugares conocidos, así se sabe el orden con que se presentan a la vista  al entrar por la puerta y haciendo el recorrido completo por sus salas. (Pellerey, 2004:27).

He aquí el énfasis de la madre por contar una y otra vez sus historias generación tras generación, ordenando detalles del paseo mental, los cuales van desde los recorridos por las calles hasta las historias negras o de mala fama de la familia española: “Podía recordar la sierra de Guadarrama con todas las sendas que recorrió en su infancia. Los tonos vagos que suelen acompañar las primeras imágenes percibidas, se le convertían en colores definidos y precisos al paso de los años. Aquellas presencias eran ahora tan exactas como si las hubiera vivido el día de ayer” (Muñiz-Huberman, 1997:56).

A esta visión de la memoria como edificio de la historia se puede oponer la concepción de Noé Jitrik, quien plantea una relación entre la memoria y el imaginario como complementos posibles, por lo cual lo acumulado podría ser completado e interpretado por otra parte, quizá ficticia, quizá no tanto (2004: 113, 114). Un tercer teórico es Roberto Flores quien textualmente indica que: «para la memorización, los antecedentes son la capacidad del sujeto -su sensibilidad- y la existencia de lo memorable. Por su parte, el recuerdo convocado posee como sus propios antecedentes el resultado de la memorización y lo que sería posible llamar un ‘disparador del recuerdo’ […]». Desde la definición de Flores, lo memorable podría ser el exilio y la infancia, y la mezcla extraña que se da de ambos una vez que el destino hace que las confidentes se instalen en México, esta nueva ciudad hace que la memoria necesite ser practicada y compartida a fin de no desaparecer, como ya vimos memorizar requiere constancia en la ejercitación del recuerdo.  Paula es conocedora de las necesidades de la memoria, por eso trataba de imponerla afanosamente:

Que no le servía de nada porque al querer transmitir esa memoria reconstruida a sus hijos y a sus nietos, se encontraba con que la memoria de ellos la contradecía. (No mamá, tú nunca nos contaste eso así: ya no te acuerdas.) (Abuela, no nos cambies las historias). Sólo ella sabía la verdad y nadie más. Su enojo era grande y no sabía descargarlo. Su decepción también: si ella era una carga de recuerdos y era eso lo único que podría dejar de herencia, a quién iba a dejárselo si nadie le creía. Y su cabeza se movía de un lado a otro con pesadumbre. (Muñiz-Huberman, 1997:57).

Esta pesada herencia tenía que ser transmitida y por tal razón las hijas padecen un entrenamiento que las hace «sacerdotisas» del tiempo, esto es como mencionaba Montecino seguir la vida de María, dar continuidad histórica, pues están entrenadas para repetir entre familia las mismas historias: » Aunque no quieran, ellos guardarán mis historias, piensa Paula. Se consuela Paula. Sabe que va a morir, pero también quisiera no morir. Olvidar todo. Volver a empezar. La oportunidad que no habrá de surgir: la no oportunidad»(Muñiz-Huberman, 1997:61). En este no olvido se encuentra el rechazo a México, que para Aniella tampoco es una oportunidad, sino un lugar más donde es posible cultivar el pasado: «Tantos recuerdos que guardaba Aniella para desgranarlos en México, en el exilio. Para contárselos a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Para que no olvidaran. Para que, a su vez, los guardaran y los desgranaran cuando llegara el tiempo. Aniella era como una sacerdotisa que tuviera que cumplir con un rito de la memoria, de la palabra encarnada de la cadencia del encantamiento» (Muñiz-Huberman, 1997:66).

La historia de Aniella se titula Regalo esperado y en ella México es el lugar para construir la memoria, ordenarla y repetirla, pero también es el peor lugar para vivir, porque no es un lugar elegido, sino destinado. México es un país «error-horror», para Aniella: «cosas pequeñas y cosas grandes son las que le molestan. (Eso de que la llamen güera en el mercado, cuando ella es morena. O marchantita. Palabras deformadas y palabras en diminutivo. […]» (Muñiz-Huberman, 1997:72). A las incomodidades lingüísticas se suman las grandes incomodidades sociales y culturales, para la protagonista española estas son peores:

México deja su marca. El país-pulpo. Quien llega no sale. Pero no por amor. No. No. Por comodidad. Por facilidad. Por afán de ser diferente. […] Todo es asequible. La ley del menor esfuerzo. Todos los europeos quisieran vivir en México: pero no viven. Eso ocurre solamente en las novelas de Valle-Inclán, de Graham Green o de Malcom Lowry. Piensa Aniella. Aniella que si vive, no sabe todavía si es una ventaja o desventaja. Seguirá pensándolo (Muñiz-Huberman, 1997:73).

El «país-pulpo» mexicano de Aniella resulta un irónico y casi burlón para la hija que narra Yo nunca cruzaré una calle, ella comienza su historia con la angustia que le produce el cambio de banqueta, y en el intento de rastrear el origen del trauma llega a la conclusión de la muerte. Sus padres sobrevivieron a todos los grandes peligros y desastres que pudo haber en la guerra civil española para venir a morir atropellados en la carretera de Puebla (Muñiz-Huberman, 1997:29).

Como ya se ha mencionado, a México llegaron madres españolas que criaron hijos culturalmente mexicanos y esta peculiar razón opone un modo de percepción de un país a otro, y esta percepción irrita a las procuradoras del recuerdo, tal como es el caso de Paula: «Su abatimiento, en lugar de decrecer con los años, fue en aumento y desconoció la resignación: desde el exilio exigía el retorno a la tierra perdida y negaba el tiempo vivido fuera de ella. Sus hijos le decían incomprensiblemente, ya no somos de allí: no se nos ha guardado el lugar» (Muñiz-Huberman, 1997:58). Al final de la historia El mensaje, protagonizada por Paula, la confidente describe que en un papel debajo del mantel de la mesa-camilla había una frase: «Los hijos no son nada«(Muñiz-Huberman, 1997: 63), la negación de los hijos está dada por el rechazo que ellos mismos hacen hacia la memoria materna.

En Soy bruja, Cervantina narra lo poco grato que fue su recibimiento en la ciudad de México y el sentimiento que le provocaba el monumento a la Revolución «enorme mole gris sin ninguna gracia: que debo confesar que me asustaba (y no digamos a mi hija, que se negaba a pasar bajo sus arcos). Creo que estas primeras visiones de la ciudad resultaban deprimentes. Nada se parecía a lo que habíamos dejado atrás. Nada despertaba la nostalgia y por eso mismo la nostalgia se volvía más nostálgica» (Muñiz-Huberman, 1997:102).

Como se ha visto en el transcurso del ensayo la madre es la que selecciona lo memorable, que es  el exilio y sus contenidos, tal como son el pasado y la historia vivida en España,  el contenido de la memoria se filtra a la hija, hijos y familiares a partir de cuentos, anécdotas e historias repetidas una y otra vez. La persistencia en la memoria es una tarea indiscutible para los personajes femeninos que narran al rol de la madre, sin embargo en Fragmentos de madre o la imposibilidad de hacer preguntas, se da paso a la réplica de la otra, de la hija.

La hija es ajena  a la madre en el momento de la juventud, según Beauvoir, porque la toma de decisiones y de identidad separa el apego infantil que hubo con la madre (1999:101), en la novela el apego es aún mayor y se fortalece con la imposición de la madre con sus historias. En algún momento de su narración, la confidente de Regalo esperado menciona que Aniella contempló en algún momento a México como la oportunidad, que no se dio porque el peso de la memoria era demasiado para alguien que había vivido en España, pero para la hija,  que no trae consigo esa carga,  en el país nuevo tampoco hay oportunidad de descubrir un lugar, esta cancelación Beauvoir la entiende como el producto de los celos: «A esta recién llegada [la hija] se le abren posibilidades todavía indefinidas, al contrario de la repetición y la rutina que tuvieron sus mayores; la madre envidia y detesta estas oportunidades; al no poder hacerlas suyas, trata de rebajarlas, de suprimirlas; […]» (1999:318).

Para la hija las historias de la madre comenzaron a convertirse en un hastío que traspasaba fronteras: «¿A caso me importaba saber, aquí, en México, la locura de mi abuela en España, en otra época? ¿Las traiciones de mis tíos y primos? ¿Las estafas, los engaños, las infidelidades, los incestos? ¿Para qué, para qué me lo contaba? Ella no quería que el retorcido cordón que nos unía se desatara y seguía enredándolo y enredándolo. Madeja de hilos que me asfixiaba y me inmovilizaba» (Muñiz-Huberman, 1997:131).

La ruptura con la madre contada por la hija se produce literalmente, con las fotos y la muerte que da paso a la reflexión y quizá a los nuevos recuerdos que pueden incorporarse en la memoria joven, donde posiblemente haya espacio para México una vez que la heredera del legado español haya decidió suprimirlo o darle una importancia minúscula, es decir, de recuerdo pasado, en comparación con la reconstrucción estática y monolítica que la madre veneraba sobre España y su vida anterior al exilio. En el punto de separación o ruptura entre madres e hijas, cuando no se da por medio de la muerte como en la novela, Beauvoir es optimista y apunta que: «La madre acaba aceptando la derrota de grado o por fuerza; cuando su hija llega a adulta, se restablece entre ellas una amistad más o menos tormentosa»(1999:318), esta relación nueva depende de cada una y la particularidad de su historia.  Casi al final de las historias, en la número 13, el narrador describe cuál  fue la intensidad de las palabras intercambiadas entre las confidentes: “La palabra se ha convertido en un arma de destrucción. Han excavado en lugares del corazón y en escondrijos de la memoria.” (Muñiz-Huberman, 1997:133).

En las conclusiones sobre la problemática de la identidad tanto genérica como cultural puede decirse que Las confidentes (1997)  expone de manera novelada dicho conflicto a través de la memoria, de la preservación tenaz de la tradición frente a la capacidad del olvido como puerta liberadora. Para Todorov en Los abusos de la memoria (2000) hay una línea muy delgada entre el derecho a mantener el recuerdo de lo memorable, como en este caso es el exilio, y la férrea preocupación por perpetuar el recuerdo en detrimento del presente (2000:18-25).

En la novela que se trató durante el presente ensayo, las historias de las madres aparecen marcadas por un pasado que perpetuar, éste afecta las relaciones con la familia y el entorno. Ejemplo de lo que Todorov entiende como un abuso al pasado son Paula y Aniella, quienes están convencidas de ser las encargadas de la perpetuación de la gran historia, pues ellas son las arañas del recuerdo:

El individuo que no consigue completar el llamado periodo de duelo, que no logra admitir la realidad de su pérdida desligándose del doloroso impacto emocional que ha sufrido, que sigue viviendo su pasado en vez de integrarlo en el presente, y que está dominado por el recuerdo sin poder controlarlo (y es, con distintos grados, el caso de todos aquellos que han vivido en campos de la muerte), es un individuo al que inmediatamente hay que compadecer y ayudar: involuntariamente se condena a sí mismo a la angustia sin remedio, cuando no a la locura. (Todorov, 2000:323).

Todorov explica que hay dos tipos de reminiscencia posibles para recuperar el acontecimiento: el literal y el ejemplar (2000:29). El primer tipo se encuentra en los intentos de Paula, Aniella, y Teresa, porque para ellas el exilio es un evento irrepetible, que necesariamente hay que incorporar en las generaciones venideras, por más que ya no vivan en el lugar de la guerra, por más que la guerra haya cesado y aún sobre los hijos o nietos que ya no tengan ni siquiera sangre española. El tipo de reminiscencia ejemplar es el que finalmente expone la hija en Fragmentos de madre o la imposibilidad de hacer preguntas, porque a pesar de haberse apropiado de las historias de la madre venidas del exilio, la guerra y la vida en España, ella marca un límite donde las historias son sólo eso y no la vida, este proceso puede observarse metafóricamente con la muerte de la madre y la media vuelta de la hija.

Finalmente con la superación del duelo el «país-pulpo» podría ser memorizado, o al menos observado con menos rigor por los ojos novedosos de una nueva generación que apenas estaría por construir su memoria e identidad. Tal y como ocurrió desde las preconcepciones poéticas de América en buena parte de la tradición literaria, puede decirse que México también es un lugar o imaginario preconcebido por Europa gracias a su poetización literaria firmada por la pluma de numerosos extranjeros a lo largo de la historia nacional en sus diferentes etapas, ya fuera desde el ensayo, la biografía, la poesía o la narrativa.

Curiosamente, para Angelina Muñiz, que se considera doble o triplemente exiliada, por su religión, por su país, y por su escritura tan lejos de lo común, México no es un lugar repudiable, sino un país de oportunidad que después de la guerra de 1936 a 1939 abrió las puertas a toda una generación de intelectuales hispanomexicanos (Rico, 2005) que se lo han apropiado, para pretexto de historias, cuentos y novelas. Cabe mencionar que Angelina Muñiz-Huberman reside en México desde 1942, y desde pequeña también fue receptora de las historias familiares femeninas, en entrevista con Jorge Luis Herrera ella responde que la necesidad de contar historias viene del exilio cuando su madre se las inculcaba como un precepto que siempre había que mantener: “Eso es para que un día escribas estas historias” (Herrera, 2004).


 

Bibliografía

– Beauvoir, Simone de. El segundo Sexo. V. II La experiencia vivida, Trad. Alicia Martorell, 3ª Ed. Cátedra, Madrid, España, 1999 p.545.

– Castañón, Adolfo. Por el país de Montaigne, Paidós, México, México, 2000, p. 199.

– Flores, Roberto. Jitrik, Noé., et al. Tópicos del seminario 12, Sobre la memoria, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Puebla, México, 2004, pp. 15-41, 81-106, 107-122.

– Montecino, Sonia. Madres y huachos. Alegorías del mestizaje chileno, Sudamericana, Santiago de Chile, Chile, 1996.

– Muñiz-Huberman, Angelina. Las Confidentes, Tusquets Editores, México, México, 1997, p.161.

– Sosa, Víctor. “El necesario exilio (De la realidad a la ficción de lo real)” en, Separata. Revista del pensamiento y del ejercicio artístico, Abril 2009, No.2, Santiago de Querétaro, Querétaro, México, pp. 5-8.

– Todorov, Tzvetan. Los abusos de la memoria, Trad. Miguel Salazar, Paidós, Barcelona, España, 2000, pp.11-36.

Direcciones electrónicas

Bernárdez, Mariana. Del aire y su memoria. Una entrevista perdida, en http://www.periodicodepoesia.unam.mx/index.php?option=com_content&task=view&id=471&Itemid=77(Acceso, 30 Abril, 2010, 1:30 pm).

Cervantes virtual. La autora, en  http://www.cervantesvirtual.com/portal/poesia/muniz/obra.shtml (Acceso, 30 Abril, 2010, 1:30 pm).

– Herrera, Jorge Luis. Entrevista con Angelina Muñiz-Huberman, en http://sepiensa.org.mx/contenidos/2004/l_angelina/ange_1.htm (Acceso, 30 Abril, 2010, 1:30 pm).

– Rico, Alicia. Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid  El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero30/confiden.html (Acceso, 30 Abril, 2010, 1:30 pm).

[1] Cervantes virtual. La autora, en  http://www.cervantesvirtual.com/portal/poesia/muniz/obra.shtml (Acceso, 30 Abril, 2010, 1:30 pm).

Juana Graciela López Rojas, mexicana, es estudiante de la maestría en Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Guanajuato, México. Ha participado en talleres y eventos académicos relacionados con la creación, difusión y crítica literaria.

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