Adolfo Castañón
Octavio Paz dedica a Eulalio Ferrer “La Dulcinea de Marcel Duchamp”, un soneto incluido en Árbol adentro (1987), su último libro de poesía y, en cierto modo, su testamento poético. En el poema conviven el “epitafio” y el “ejercicio preparatorio”, preliminar de la muerte:
La Dulcinea de Marcel Duchamp
A Eulalio Ferrer
—Metafísica estáis.
—Hago strip-tease.
Ardua pero plausible, la pintura
cambia la blanca tela en pardo llano
y en dulcinea al polvo castellano,
torbellino resuelto en escultura.
Transeúnte de París, en su figura
—molino de ficciones, inhumano
rigor y geometría— Eros tirano
desnuda en cinco chorros su estatura.
Mujer en rotación que se disgrega
y de surtidor de sesgos y reflejos:
mientras más se desviste, más se niega.
La mente es una cámara de espejos;
invisibles en el cuadro, Dulcinea
perdura: fue mujer y ya es idea.[1]
Al soneto “La Dulcinea de Marcel Duchamp” lo enmarca como una marialuisa una nota “Retrato o dulcinea”: “En 1911 Marcel Duchamp vio una joven en una calle de Neuilly. No le dirigió la palabra pero su imagen fue el modelo de un cuadro que llamó Retrato o Dulcinea. La joven está representada cinco veces, desde ángulos diferentes; en cada una de ellas aparece más desvestida, hasta la total desnudez. Un surtidor que se divide en cinco chorros. Ni exactamente cubista ni futurista —aunque Duchamp se propuso como los pintores de esa tendencia, expresar distintos aspectos y momentos de un objeto— este cuadro prefigura a la Novia desnudada por sus solteros, aún… El retrato de esa Dulcinea, imaginaria como la de Don Quijote, es el momento inicial de la larga anamorfosis que es toda la obra de Duchamp: de una muchacha desnuda (la Aparición) a la Idea (la Aparición: la forma) a la muchacha otra vez (la presencia).[2]
La asociación entre Duchamp y Cervantes es uno de esos saltos a que tiene acostumbrado al lector Octavio Paz, avatar de Hanuman que brincaba de la India a Ceylán. Cabe observar también el juego en que se desdobla la afirmación: “Metafísico estáis”, dice el burro de Sancho a Rocinante, mientras que en el epígrafe de Paz el no comer se resuelve en desnudez y despojo, planteando así cómo en el laboratorio de la analogía paciana las entidades se adelgazan en un segundo grado. En el trasfondo del soneto resuena el tambor de Francisco de Quevedo y del “Parnaso español” del cual Cervantes forma parte. Recordemos el soneto divulgado entre Babieca y Rocinante:
—¿Cómo estás Rocinante, tan delgado?
—Porque nunca se come, y se trabaja.
—Pues ¿qué es de la cebada y de la paja?
—No me deja mi amo ni un bocado.
—Anda, señor que estáis muy mal criado, pues vuestra lengua de asno al amo ultraja.
—Asno se es de la cuna a la mortaja. ¿Queréislo ver? Miradlo enamorado.
—¿Es necedad amar? -No es gran prudencia.
—Metafísico estáis. -Es que no como.
—Quejaos del escudero. -No es bastante. ¿Cómo me he de quejar en mi dolencia, si el amo y escudero o mayordomo son tan rocines como Rocinante?
Francisco Rico, el estudioso de Cervantes, aclara en una nota que este “metafísico” se da: “en el sentido de muy delgado, por lo sutil de la metafísica y por comparación implícita con el adjetivo ético “moral” y también “tuberculoso”.[3]
Don Quijote se pasea despreocupadamente por las páginas de Árbol adentro cuya madera está impregnada de sabor cervantino. Sobra decir que la dura realidad de las dulcineas de la calle que se ganan la vida haciendo strip-tease las lleva a la esbeltez forzosa cuando no a la anorexia. La repugnancia por la comida, el hartazgo se da, en el universo sublimado de las artes, como una tendencia al despojamiento y al minimalismo. Strip-tease, anorexia y ocaso de las vanguardias riman en el diccionario de la estructura de lo imaginario en Octavio Paz. De esa voluntad ascética participa Marcel Duchamp y por ahí andan los guiños que hace Octavio Paz a su amigo y mecenas Eulalio Ferrer, fundador del Museo Iconográfico del Quijote en Guanajuato.

José Luis Cuevas, Eulalio Ferrer, Octavio Paz,
Fernando Benitez y Raúl Anguiano. Foto: http://www.pangeaproducciones.com.mx/raulanguiano/
En esa conjunción clarividente se engranan o relacionan dos espacios (Francia, la del surrealismo y la vanguardia, España, la de los Austrias y la de Don Quijote). El poema de Paz sugiere, la velocidad dialéctica que podría darse como una corriente entre ambos sobrevivientes de la larga noche de la historia que les tocó vivir y compartir. No resulta sencillo precisar cuándo se conocieron Eulalio Ferrer y Octavio Paz, ni cuando tuvo conocimiento por primera vez Octavio Paz de la figura de Marcel Duchamp (probablemente después de 1945, en París), aunque sí cabe decir que la presencia de Cervantes en la vida de ambos se remonta a sus respectivas mocedades y que, en particular, en el caso de Ferrer, la lectura de la novela famosa de Cervantes Don Quijote de la Mancha, fue practicada en el campo de concentración de Argelèsen 1939, gracias al afortunado trueque de un paquete de tabaco por la edición que Calleja hizo de la novela en 1905. A Eulalio Ferrer esa lectura le cambiaría la vida igual, por cierto, que a León Felipe a quien también la lectura de Don Quijote en la prisión le haría ver en adelante los días y la noche de otro modo. Octavio Paz y Eulalio Ferrer debieron encontrarse en los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial y a la derrota de la República Española en 1939. Paz ya había ido al Congreso de Intelectuales en Valencia en 1937 a donde había sido invitado por Rafael Albert y Pablo Neruda y donde conocería a Miguel Hernández, al cual dedica una inolvidable página “Recoged esa voz”, incluida en Corriente alterna, Hernández es con Cernuda, una de las voces con las que Paz mayor afinidad tiene; ya había colaborado en Laurel con Xavier Villaurrutia y Juan Gil-Albert.
Eulalio Ferrer de su lado había participado en las juventudes socialistas, editado un periódico y sido confinado en el campo de concentración de Argelès. En Francia había estado Entre alambradas en 1939 y si no es posible precisar con exactitud cuándo se conocieron, sí es, en cambio, posible determinar que Octavio Paz colaboró en el suplemento literario del periódico taurino Claridades fundado por Eulalio Ferrer con una sección “Andando el tiempo” en la cual publicaría hacia 1965 algunas páginas de su libro Corriente alterna. Detrás de esa colaboración, corría, subterráneo, un torrente de simpatía, alimentado por las afinidades libertarias y anarquistas de uno, Paz, hacia el príncipe Piotr A. Kropotkin y Ricardo Flores Magón, del otro hacia Buenaventura Durruti, por la admiración compartida hacia Antonio Machado y los valores de la España ilustrada y socialista de Francisco Giner de los Ríos y Fernando de los Ríos y por un dinamismo intelectual que haría de Paz uno de los pivotes y albaceas de la vanguardia y de Ferrer uno de los adelantados pioneros de los estudios de la comunicación y la publicidad en México; compartían además la conciencia de estar viviendo o más bien sobreviviendo en un mundo dominado por la guerra fría o nuclear, civil, económica y planetaria y de ser depositarios de un aliento libre y liberal que venían de muy atrás, de Miguel de Cervantes, el creador soberano de Dulcinea y de Michel de Montaigne, autores cuya lectura y devoción ambos compartían. Montaigne, por cierto, fue una de las lecturas de cabecera de Salvador Dalí, el antípoda de Marcel Duchamp, y dejó un suntuoso libro ilustrado con los ensayos transfigurados a la luz de la imaginación surrealista y renacentista tanto como a la luz de la emblemática y de los tratados medievales de amor cortés. Montaigne fue leído por Eulalio Ferrer, como consta por el libro sobre los orígenes de la publicidad y, desde luego, por Octavio Paz quien lo cita desde sus escritos más tempranos hasta Árbol adentro. El diálogo de Duchamp y de Cervantes a través del encuentro de Octavio Paz y de Eulalio Ferrer está naturalmente inscrito en el horizonte de la crítica a la civilización que les tocó vivir y desvivir y heredar para nosotros.
***
Octavio Paz escribió en 1989 sobre Eulalio Ferrer el Prólogo a uno de sus libros: Trilogías: La influencia del tres en la vida mexicana, (México, 1989). En esta página sale a flote y descubre el diálogo erudito que ambos compartían: En ese diálogo, oímos a Paz preguntar sutilmente a Ferrer ¿por qué no fijarse en la influencia del cuatro y del cinco tan importantes en la vida prehispánica? También asiste el lector al espectáculo de la inteligencia cabalística y poética de Octavio Paz a quien las cuestiones de la numerología aplicada y especulativa no le podían ser ajenas como tampoco lo podía ser para Eulalio Ferrer.
Del uno al dos al…
Tres es el principio de la perfección…
cuatro tiene cuatro facultades, como
los miembros del cuerpo; cinco está
protegido por Venus.
DE SENANCOUR
La prosa de Eulalio Ferrer es clara y rápida. Avanza en frases cortas y netas, evita los circunloquios, traspasa las dudas, se atiene a los hechos y prefiere mostrar a demostrar. Sin embargo, su libro desemboca en una interrogación. Empecé a leerlo con curiosidad; pronto pasé de la curiosidad sonriente a la sorpresa y de la sorpresa a la pregunta azorada: ¿por qué? Sabía vagamente que en el habla de los mexicanos abundan las frases en el modo ternario pero ignoraba que la denominación del tres fuese de tal modo absoluta. En todas nuestras expresiones, las habladas y las escritas, las cultas y las populares, en la política y en la literatura, en las canciones y en la publicidad, aparecen con mareante frecuencia las tríadas y las triparticiones, los trinomios y los triángulos. A través de la ventana del lenguaje, los hombres ven al mundo y se ven a sí mismos. Para los mexicanos esa ventana verbal es triangular. Triplicamos todo lo que vemos y decimos.
¿Somos los únicos en hablar y pensar así? ¿Es un rasgo común a todos los que hablamos en español? ¿Compartimos esta curiosa propensión con los que hablan las otras lenguas latinas? ¿O estamos ante una característica de todos los idiomas indoeuropeos? ¿Cada época y cada civilización tienen su patrón numérico? ¿Otras culturas ven al mundo no por el vidrio del tres sino por la claraboya del cuatro o por el tragaluz del cinco? A medida que se reflexiona sobre este tema, las preguntas se multiplican y aparecen nuevos territorios por explorar: el lenguaje y la historia, la geografía humana y la antropología, la biología genética y la estructura del cerebro, la mitología y la religión, el inconsciente colectivo y la publicidad. El libro de Eulalio Ferrer nos pone a pensar.
Todos sabemos, aunque pocos hayan reflexionado sobre esto, que los hombres pensamos y hablamos en porciones discretas que tienden a agruparse en frases y oraciones conforme a ciertas afinidades y oposiciones, correspondencias y simetrías. ¿El orden que se asocian y dividen nuestros pensamientos y nuestras palabras refleja al mundo que percibimos o es una proyección nuestra? Es difícil responder a esta pregunta; no lo es decir que ese orden satisface tanto a nuestra razón como a nuestra sensibilidad. La proporción es justa y es armoniosa; por lo primero responde a nuestras exigencias intelectuales y morales, por lo segundo gratifica a nuestro sentido estético. Según los pitagóricos, percibimos al mundo comenzando por las dualidades y las oposiciones: lo frío y lo caliente, lo seco y lo húmedo, lo alto y lo bajo. Enseguida tendemos puentes entre la noche y el día, el sí y el no, el esto y el aquello: pasamos del dos al tres. Proseguimos y encontramos al cuatro: arquetipo de la semejanza, allí el dos se mira duplicado, como en un espejo… y así sucesivamente hasta llegar a los números perfectos: el siete, que no es engendrado ni engendra, idéntico a sí mismo siempre; el nueve, tres veces tres, número santo para los católicos y los hindúes; el diez, la suma perfección, pues contiene al cuatro y, dos veces, al tres. O tres veces al tres más el uno, comienzo de todos e idéntico a sí mismo.
Según la tradición, Pitágoras aprendió la ciencia de los números con los egipcios y los caldeos. Algunos agregan, con una sonrisa, que también con los fenicios, grandes comerciantes y maestros en el arte de restar, sumar y multiplicar. Los griegos convirtieron todos estos saberes prácticos en pensamiento y teoría. Desde entonces las especulaciones sobre los números —axiomas, certezas, delirios— han fascinado y desvelado a muchos y grandes espíritus. La idea de que el universo es número sedujo a Demócrito y a Platón, a Spinoza y a Leibniz, a Descartes y a Newton. Es imposible no percibir un eco pitagórico en las palabras de Galileo: la naturaleza habla en lenguaje matemático. Las citas pueden multiplicarse. Ahora mismo, a pesar de que las disciplinas más rigurosas, como la física, parecen inclinarse más y más hacia el probabilismo, no podemos renunciar a la tradición pitagórica sin renunciar a la ciencia misma. Las nociones de medida, cantidad, magnitud y proporción son la base de nuestras concepciones científicas y filosóficas, el instrumento para penetrar en los fenómenos, medirlos, describirlos y, en la medida de lo posible, encontrar las leyes o las tendencias que los rigen. Tal vez el universo no es única o esencialmente número, tal vez ese número cambia perpetuamente, tal vez es indecible, tal vez este mundo es un instante de un proceso combinatorio, tal vez los factores de esa combinatoria son inmensurables, tal vez… pero ¿cómo decir todo esto sin números? Y más, ¿cómo pensar sin números?
Para los artistas es natural sentir y crear conforme a número y proporción. La música y la arquitectura son números, una en el tiempo y otra en el espacio. La poesía también es número. Lo es por partida doble. Primero, por sus propiedades físicas: metros, acentos, combinaciones de sonidos. Después, porque muchas veces la forma material del poema, su composición y sus divisiones, obedece a una forma ideal concebida por el poeta en términos numéricos y simbólicos. La Divina Comedia es, quizá, el ejemplo más alto. El poema está compuesto por tres partes, cada una dividida en treinta y tres cantos más un canto aislado, el prólogo; o sea, cien cantos, diez veces diez, el número de la totalidad de las totalidades. Cada una de las tres partes reproduce la proporción: tres repetido once y sus múltiplos pero asimismo el cuatro: el poema está escrito en tercetos que terminan en un cuarteto: cuatro repetido diez veces diez. El número central, el eje que sustenta y mueve la numerología de Dante, es el tres, reflejo de la Trinidad… Siglos más tarde, en un poema dedicado al joven Juan Ramón Jiménez (tenía entonces apenas diecinueve años), Rubén Darío le dice:
¿Te sientes con la sangre de la celeste raza
que vida con los números pitagóricos crea?
Sigue, entonces, tu rumbo de amor: eres poeta.
No es necesario ser filósofo, músico, científico o poeta para pensar y hablar conforme a patrones numéricos. Se trata, sin duda, de una tendencia natural de la mente humana como, en el caso de los mexicanos, lo muestra Eulalio Ferrer con abundancia de ejemplos. Lo verdaderamente curioso es nuestra tendencia a usar y abusar de las formas ternarias. ¿Herencia católica? No es verosímil. George Dumézil ha mostrado, con impresionante saber e ingeniosos y profundos análisis, que los pueblos europeos compartieron desde la más remota antigüedad una ideología tripartita. Es una visión del mundo que se refleja tanto en la mitología y la religión como en sus ideas sobre la sociedad humana. Abarca varios milenios y varios pueblos, de la India védica y el Irán anterior a la reforma de Zoroastro a Roma, Germania, Escandinavia, el mundo celta. Las ideas de Dumézil han tenido fortuna y los estudios sobre las “tres funciones” han proliferado en los últimos veinte años. Entre nosotros el profesor cubano Adrián G. Montoro ha dedicado un sugerente estudio al tema de las tres funciones —sacerdotes, guerreros, agricultores— en el poema del Cid (El león y el azor). En Francia el historiador Georges Duby ha aplicado estas ideas al campo de la historia propiamente dicha y no a los mitos y la poesía épica (Les Trois ordres ou l’imaginaire du féodalisme, 1978). Duby ha encontrado la impronta de la antigua ideología tripartita indoeuropea no sólo en las concepciones teológicas, jurídicas y políticas de la monarquía capetiana sino en las costumbres mismas: entre 1186 y 1190 Andrés el Capellán escribe su Tratado del amor cortés, gobernado por tríadas. Ese pequeño libro desencadenó una revolución en el dominio de la sexualidad y los sentimientos.
Eulalio Ferrer no se aventura en hipótesis que pretendan explicar las causas de nuestra afición a las tríadas. No fue su propósito; su mérito reside en el descubrimiento del fenómeno y en su descripción. Tampoco Dumézil nos aclara el porqué de la ideología tripartita de los indoeuropeos. Pero sus estudios nos abren una pista para futuras investigaciones y, en el caso de México, para continuar la exploración de Eulalio Ferrer. Puesto que la ideología de las “tres funciones” es un rasgo distintivo de los antiguos indoeuropeos, no es temerario deducir que otros pueblos y civilizaciones han visto y han pensado al mundo desde otras perspectivas. A mí me ha impresionado siempre la importancia del cuatro, lo mismo en el Extremo Oriente que entre los indios americanos. Es una noción sobre todo espacial, íntimamente asociada a los cuatro puntos cardinales. El universo se representa como un cuadrado dividido en cuatro zonas, cada una con un color, un dios y una morada ultraterrestre. Las pagodas de China, Japón y Corea combinan en sus formas las dos figuras sagradas: el círculo y el cuadrado; en Mesoamérica predomina la pirámide trunca, cuya base es un cuadrado que se repite, reducido, en la cúspide. El cuatro también es tiempo; como símbolo temporal, se transforma en el quincunce, un cuadrado que representa las cuatro eras del pasado y en el centro la nueva edad, el Quinto Sol, cuyo atributo es el movimiento. O si concebimos al universo como un cuerpo vivo: el ombligo solar… Pues bien, en la mentalidad de los mexicanos modernos hay sin duda huellas y rastros de esas antiguas creencias. El libro de Eulalio Ferrer nos invita a ir más allá. Alguien debería atreverse a continuarlo, iniciar una arqueología de nuestras creencias, descender y buscar, abajo del tres, en el subsuelo psíquico de México, las figuras del cuatro y el cinco.
México, a 31 de enero de 1989[4]
La dedicatoria del poema “La Dulcinea de Marcel Duchamp” por parte de Octavio Paz a Eulalio Ferrer conlleva una intencionada alusión; un desnudamiento o “strip-tease”. La caracterización que ha hecho recientemente el francés Marc Fumaroli, quizá ayude a situar no sólo a Duchamp y a Paz, sino a éste y a Ferrer. Dice Fumaroli:
“La admiración por Duchamp
Siempre he atribuido a Duchamp la responsabilidad de ese hechizo al revés que metamorfoseó, a escala mundial, las carrozas en calabazas y, de manera inversa, las latas de sopa Campbell en obras maestras de museo y salsa de ventas los ready made los inventó el diablo. Pero el dandy Duchamp se guardó de sacar partido del hallazgo en inglés que le valió la admiración de damas estadounidenses y coleccionistas neoyorquinos. Los verdaderos beneficiarios de esa brillante idea fueron los machacones a escala industrial del pop art, inventado en Londres y en Nueva York, los Lichtenstein y los Warhol, que pasaron de la idea al acto. La sociedad de consumo, su producción en serie y sus consumidores son el Salón y la Academia de la democracia estética contemporánea.
El diablo Duchamp tenía ingenio, humos y una inteligencia aristocrática del tipo de Voltaire. Es uno de los maestros del pensamiento más mordaces del modernismo, movimiento artístico antidemocrático donde los haya. La Iglesia, enfrentada a la democracia, tuvo a sus sacerdotes-obreros y sus teologías de la liberación. La República de las Letras y las Artes, enfrentada al mismo fenómeno, buscó su salvación aristocrática en el esoterismo, la abstracción, la belleza singular, irrespirable y desconcertante, todo lo que podía alejar a las letras y las artes del academicismo y la retórica que las ponen al alcance del gran público, fácil de adular por los burgueses. Duchamp jamás se desvió de esta ética del superhombre y de la estética rigurosa que exige, al margen del mercado y del partido. Con Breton no buscó la seguridad más que entre sus admiradores y amigos.
La paradoja suprema de este aristocratismo moderno habría sido la posición señorial que se arrogaron los Aragon, los Picasso, los Eluard, los Neruda, los Ehrenburg, los Sartre, los Moravia, los Guttuso, que reinaban en la cumbre de la jerarquía comunista o progresista, hagiografiados por la propaganda del partido y preservados de tener que comprometerse demasiado con el mal gusto del populacho, beneficiando siempre el gusto de la clientela rica… Octavio Paz admiró la especie de sacerdocio intelectual y libertino que ejerció Duchamp, no sin oponer implícitamente su línea de conducta a la hipocresía de las estrellas internacionales del modernismo estalinista.”[5]
La cita de Marc Fumaroli permite asomarse quizá a la entretela de las afinidades que une a Eulalio Ferrer y a Octavio Paz; ambos escritores presas del desengaño ante la mercantilización y el oportunismo de la hipocresía de los popes del estalinismo reciclado y del autoritarismo comunista. Esta referencia impone, desde luego, la evocación de “Háblame en español”, donde Ferrer novela los avatares, historias y rumores de la guerra civil española, la suerte del anarquismo, la invasión del ejército alemán a Francia, la república de Vichy y la novela de espionaje que fue la vida de la modista Coco Channel.
Volviendo entonces los ojos a la conjuración hecha por Octavio Paz de Miguel de Cervantes y de Marcel Duchamp al dedicado a Eulalio Ferrer en el poema “La Dulcinea de Marcel Duchamp”, resulta palpable e ineludible la amistad y complicidad que pudieron desarrollar estas dos vigorosas personalidades. Al dedicado al fundador y mecenas del Museo Iconográfico del Quijote, el poema la “Dulcinea de Marcel Duchamp”, Paz establece con Eulalio Ferrer un diálogo crítico alrededor del arte contemporáneo, del sentido y posibilidad de la obra de arte en el mundo contemporáneo y sugiriéndole de paso al mecenas que fue Eulalio Ferrer lo imposible: la adquisición de una incomparable máquina célebre de Marcel Ducahmp llamada “La novia desnudada por sus solteros, incluso.[6]
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Octavio Paz recibe el Premio Internacional Menéndez Pelayo otorgado por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo cuyo presidente era Eulalio Ferrer. A través de la Federación Cervantina y con la colaboración del Fondo de Cultura Económica y la Facultad de Filosofía y Letras, Eulalio Ferrer premió la “Cátedra Extraordinaria Octavio Paz” en la que participaron Saúl Yurkiévich, Jacques Lafaye, Manuel Ulacia, George Steiner, etc.
Obra citada:
[1]Árbol adentro. Barcelona: Seix Barral, 1987, 208 p. / O. P.: “Árbol adentro” en Obra poética II, 1969-1998, Obras completas, México, Círculo de Lectores, Fondo de Cultura Económica, 2004, p. 146.
[2] Idem, p. 194-195.
[3] Don quijote de la mancha, p. 87.
[4]Octavio Paz, “Del uno al dos al…” en Obras completas t. 3 “Fundación y disidencia”, Fondo de Cultura Económica/Círculo de Lectores, primera edición (Círculo de Lectores), Barcelona, 1991, Segunda edición (Fondo de Cultura Económica), 1993, Segunda reimpresión, 1997, pp. 385-388.
[5] Marc Fumaroli, “La obra de Paz está todavía sin descifrar”, Letras libres, marzo 2014, año XVI, pp. 38-40.
[6]Conferencia dictada en el Museo Iconográfico de El Quijote en la ciudad de Guanajuato el 19 de marzo de 2014.
Adolfo Castañón, mexicano, es poeta, narrador, ensayista, traductor, editor y crítico literario. Estudioso de las obras de Michel de Montaigne, Alfonso Reyes, Juan José Arreola y Octavio Paz. Miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua. Ha sido miembro del consejo de redacción de varias revistas en Latinoamérica, como Vuelta, Letras Libres, La Cultura en México, Plural, Gradita y Literal.