Ana Laura Pazos González*
Sentada al lado de la ventanilla, me preparé mentalmente para soportar las siguientes diez horas de mi vida. Saqué de la maleta de mano un libro, un iPod con suficientes canciones para amortiguar el ruido de las turbinas durante todo el viaje y, en el menú de estrenos del sistema personalizado de entretenimiento, encontré dos películas de mi interés. Alguien quien, como yo, es incapaz de conciliar el sueño abordo de un avión, debe optimizar los recursos disponibles para no enloquecer por el aburrimiento.
Me alegré al notar que el asiento contiguo seguía desocupado, lo cual representaba la bendición de no tener que despertar al vecino con un ‟Disculpe, con permiso” cada determinado tiempo para poder estirar las piernas o ir al baño. Abrí el libro, complacida, pero antes de que pudiera pasar la página, vislumbré una figura al fondo del pasillo que amenazaba con violentar mi comodidad. Conforme la figura iba acercándose, sus rasgos se fueron revelando. La mujer de cabello corto, ojos inteligentes y abrigo azul colocó sus pertenencias en el compartimento; antes de sentarse junto a mí, soltó un ‟Buenas noches” acompañado de una sonrisa y, de inmediato, se sumergió en el estudio de unas fotocopias impresas por ambos lados.
Resignada, volví a mi lectura, mientras la vecina resaltaba frases con un marcador amarillo y hacía anotaciones en un pequeño cuaderno. Poco tiempo después, trajeron la cena. Yo elegí el pollo con pasta, que venía con una pieza de pan y, como postre, el yogur de fresa. A la señora sentada a mi lado le sirvieron un platillo excepcional que consistía en una variedad de frutas, verduras y semillas. ‟Debe ser vegetariana”, pensé.
Supongo que entré en un milagroso estado de duermevela, porque cuando abrí los ojos ya habían apagado las luces y se escuchaban ronquidos lejanos. En medio de la oscuridad, una luz sutil iluminaba la página que mi compañera de viaje examinaba en ese momento: ‟La Nueva Medicina Germánica”, tenía por título, y en el margen superior derecho se alcanzaba a leer el nombre de la autora: Caroline Markolin, Ph. D. (Me pregunté si ése sería el nombre de la estudiosa pasajera.) Tuve que forzar la vista para descifrar el primer párrafo: ‟En agosto de 1978, el doctor Ryke Geerd Hamer —jefe de internistas en la clínica oncológica de la Universidad de Munich, Alemania— recibió la terrible noticia de que a su hijo Dirk le habían disparado. Dirk murió en diciembre de ese mismo año. Pocos meses más tarde, el doctor Hamer fue diagnosticado con cáncer de testículo; inmediatamente supuso que el desarrollo de esta enfermedad podría estar relacionado con la trágica pérdida de su hijo. La muerte de Dirk y su propia experiencia con el cáncer motivaron al doctor Hamer a investigar la historia personal de sus pacientes. Rápidamente aprendió que, como él, todos sus pacientes habían pasado por un episodio traumático antes de desarrollar cáncer.”
Me hubiera gustado continuar leyendo, pero las manos que sostenían la hoja de papel me impedían avanzar.
—Fui diagnosticada con cáncer de pulmón hace tres meses—. La mujer me dedicó una mirada intensa y dejó injustificada su abrupta confesión.
—Lo lamento mucho. Discúlpeme también por andar metiendo la nariz donde no me llaman, pero me pareció interesante la hipótesis de ese doctor Hamer—. Supongo que una expresión parecida a la que tienen las personas en un velorio se formó en mi rostro, porque ella replicó:
—La palabra ‟cáncer” no es sinónimo de muerte, como muchos piensan. Yo me encuentro perfectamente y no tuve que someterme a ningún tratamiento convencional. El problema es que, al enfermarse, las personas depositan no sólo su confianza, sino su preciosa vida, en las manos de los médicos. No trabajan con ellas mismas, no buscan el verdadero origen del problema, y por eso mueren de sus males.
Intenté digerir aquellos conceptos, pero me causaron indigestión. Entorné los ojos, escéptica, y le pedí a la mujer que fuera más despacio.
—Al poco tiempo de que su hijo fuera asesinado, el doctor Hamer —fundador de la Nueva Medicina Germánica— desarrolló un cáncer testicular; más tarde, su esposa fue diagnosticada con cáncer de mama. A diferencia de lo que hubieran creído la mayoría de los oncólogos —que el evento trágico y la enfermedad habían sido cosas aisladas sin ninguna relación entre sí— el doctor Hamer supuso que la segunda había sido una reacción de la primera. Para demostrar la hipótesis de que las enfermedades son controladas desde el cerebro, realizó miles de tomografías a pacientes y las comparó con las historias de vida de cada uno de ellos, con lo cual descubrió que en el momento que ocurre un ‟choque de conflicto” o episodio de extrema tensión emocional, cierta parte del cerebro sufre una lesión, la cual tiene una repercusión en el cuerpo, una enfermedad…
—Todo eso suena lógico —acepté— pero mi experiencia personal me hace dudar. Como cualquiera, he tenido episodios traumáticos a lo largo de mi vida y, afortunadamente, nunca he padecido una enfermedad grave.
—Verás… los choques de conflicto a los que se refiere Hamer nos toman completamente desprevenidos y están condicionados por nuestras experiencias pasadas, vulnerabilidades, percepciones, valores y creencias. Cuando se activa una alarma debido a un conflicto emocional o biológico, el inconsciente recibe esta señal y proporciona una solución biológica a la que llamamos enfermedad, que puede ir desde una gastritis o una afección en la piel, hasta un cáncer…
—Me perdí de nuevo. ¿Qué es un conflicto biológico? ¿Y cómo es posible que una enfermedad sea una ‟solución”?
Shhh, ¡dejen dormir!, exclamó una voz aletargada al fondo de la cabina. La mujer contestó casi en un murmullo:
—Pongamos como ejemplo a la esposa de Hamer. El cáncer glandular de mama, según los hallazgos del doctor, es el resultado de un conflicto de ‟preocupación madre-hijo”, el cual impacta al llamado ‟cerebro antiguo”, específicamente al área que controla las glándulas que producen leche. Un primitivo programa biológico de respuesta se activó en ella al enterarse de la muerte de Dirk, del mismo modo que se activaba en las mujeres prehistóricas cuando sus crías se encontraban en peligro. Ante un evento de esta índole, las células de las glándulas mamarias se multiplican y forman un tumor; el propósito biológico de la proliferación de células es habilitarse para proporcionar más leche al descendiente que sufre, inclusive si éste ha muerto.
—Pero eso significaría que todas las mujeres que se preocupan en exceso por un hijo o deben afrontar su muerte desarrollarán cáncer de mama —la interrumpí—, lo cual es inverosímil.
—Recuerda lo que te dije acerca de las características individuales. La alarma tiende a sonar con mayor intensidad en algunas personas que en otras, y de ello depende que se active o no el programa.
—Y en usted… ¿por qué se activó? —me atreví a preguntar.
—En mi caso, un conflicto de ‟muerte o miedo a morir” programó el cáncer de pulmón. Hace diez años, fui a cenar con unas amigas. Para evitarle a una de ellas la molestia de tener que llevarme a mi casa, tomé un taxi. Unos tipos, coludidos con el chofer, se subieron al coche cuando nos detuvimos frente a una luz roja. Les entregué el celular, el efectivo, las tarjetas y hasta una joya con valor sentimental y, no obstante, durante las dos horas que duró la peregrinación por los cajeros automáticos, se la pasaron intimidándome con una pistola y haciéndome pequeños cortes con una navaja en el cuello. Amenazaban diciendo que si me atrevía a mirarlos, me matarían, no sin antes violarme. Me dejaron en una calle solitaria, donde unas personas me permitieron usar el teléfono…
Por primera vez durante la plática, la mujer perdió la expresión estoica y se le quebró la voz.
—Hace cinco meses, me ocurrió algo parecido —continuó— sólo que esta vez los secuestradores me llevaron a pasear en mi propio coche… Al poco tiempo, me diagnosticaron cáncer de pulmón. El pánico a la muerte es traducido por el cerebro como una incapacidad para respirar, por lo que las células de los alveolos comienzan a multiplicarse formando un tumor. Ante este o cualquier otro tipo de enfermedad, en lugar de caer en la desesperación y sentirnos desahuciados, debemos preguntarnos por qué nuestro inconsciente activó tal o cual solución biológica.
—Hasta aquí he comprendido que las enfermedades no ocurren porque sí, pues son el resultado de un evento traumático, de una información inconsciente que las desencadena; también que existe una relación directa entre cada enfermedad y determinada parte del cerebro, el cual activa programas que operan en el órgano correspondiente, pero ¿cómo es el proceso de curación?
Me contó que, según el doctor Hamer, toda enfermedad procede en dos fases: una activa, donde el organismo entero intenta encontrar los motivos inconscientes del trauma; y una curativa, cuando se ha resuelto el conflicto y se genera una transformación a nivel orgánico. En esta segunda fase, la proliferación de las células (en el caso del cáncer) o el desgaste de las mismas (si pensamos en otras enfermedades) se detiene e inicia el proceso de reparación.
Sin embargo, si una persona pasa demasiado tiempo en la etapa ‟activa” de la enfermedad, puede morir debido a la pérdida de energía, a la privación del sueño, y al agotamiento emocional y mental. Por ello es muy importante la ‟biodescodificación”, una técnica desarrollada por el psicólogo español Enrico Corbera donde, a través de la hipnosis ericksoniana, la programación neurolingüística y otras técnicas para acceder al inconsciente, el terapeuta busca ayudar al enfermo a desentrañar las emociones ocultas detrás del conflicto, las cuales no se manifiestan de manera consciente debido a tabúes y otras cuestiones culturales. Al hacerlas evidentes, se resuelve el conflicto y comienza la etapa de sanación. El cuerpo se cura solo.
La mujer también me dijo que, además de las sesiones de ‟biodescodificación”, ella había ayudado a su organismo a recuperarse al seguir una dieta rigurosa consistente en alimentos alcalinos —como determinadas frutas, verduras y semillas— ya que las células cancerosas, que tienen una estructura diferente a la de las células normales, se alimentan sólo de sus contrarios, los alimentos ácidos, como los lácteos, el azúcar y las carnes rojas, entre otros.
El avión comenzó el descenso para aterrizar en el Aeropuerto Internacional de Madrid. Miré por la ventanilla, la Catedral de Almudena aparecía bañada por los rayos del sol… El tiempo había volado sin necesidad de que recurriera a ninguno de mis medios de entretenimiento. Antes de terminar el viaje, tenía una pregunta más para mi nueva amiga:
—Caroline, si la Nueva Medicina Germánica es tan efectiva, ¿por qué permanece oculta?
—¿Caroline? ¡Ja! Ése es el nombre de la autora del ensayo que estaba estudiando. Me estoy preparando para ser ‟biodescodificadora” y vengo a Madrid a presentar un examen… Respecto a tu pregunta, cuando Hamer expuso su tesis ante los académicos —aunque estos no desaprobaron ni censuraron sus descubrimientos— decidieron despojarlo de su licencia médica porque se negaba a ajustarse a los designios de la medicina convencional. Desde entonces vive en el exilio aquí, en España.
La madre de una de mis amigas españolas tiene cáncer intrauterino. Les conté a ambas acerca de Laura —mi tocaya del avión— y, si bien no las exhorté a abandonar el tratamiento médico convencional, les dije: ‟Ya, tías, que no van a perder nada por intentarlo”, con el mejor acento madrileño que pude.
Nota: Las opiniones y tesis del doctor Ryke Geerd Hamer no representan la postura oficial del sector médico para el tratamiento de enfermedades graves como el cáncer. La autora no responde por las ideas vertidas sobre esta materia. Como siempre, la mejor opinión es la de usted, querido lector.
*Ana Laura Pazos González, mexicana, es escritora y directora de la revista Bicaalú. Cuenta con estudios de Maestría en Humanidades por la Universidad Anáhuac. Autora del libro Parvada blanca en la ciudad (Editorial Jus, México, 2011).
La biodescodificación no es más que una manera light de plagiar y deformar la medicina germánica. Algunas vertientes incluso la mezclan con asuntos esotéricos o de new age. La medicina germánica pura, creada por Hammer no es una teoría, sino 5 leyes que se cumplen siempre en el 100% de los casos, como la ley de la gravedad por ejemplo.