Leer o no leer: el dilema de la lectura en los tiempos digitales

Tarik Torres Mojica 

Leer o no leer; ¿ese es el dilema? Una característica del mundo contemporáneo del libro y la lectura, así como el del entretenimiento y el del acceso y procesamiento de la información, es su diversidad de medios para difundirse, la profusión de los productos disponibles y las posibilidades de acceso, así como su valor comercial y humano.

La lectura en los tiempos digitales. Foto cortesía.

La lectura en los tiempos digitales. Foto cortesía.

El libro siempre ha “convivido” -y en ocasiones “competido”- con otras formas de adquisición del conocimiento y de entretenimiento como el teatro, las artes visuales, la música; los diálogos y charlas y los rituales. No obstante, en nuestros días el abanico es muy amplio: ahí están el cine, la televisión, los videojuegos, el Internet, los conciertos, y más. Y no únicamente los medios han cambiado; también las circunstancias sociales y nosotros mismos nos hemos transformado. 

El ámbito del por qué leer y la importancia del libro en nuestro mundo “digitalizado” es muy amplio: toca aspectos económicos, educativos, éticos, políticos, tecnológicos, de poder. La lectura y la producción del libro, como otras actividades humanas, no es unidimensional. Con el fin de hallar una figura que me permita ser claro al respecto, voy a permitirme comparar el tema del libro y su consumo con otro ámbito también importante para nuestras vidas: el de la producción de alimentos y su consumo: es sólo cuestión de entrar a un supermercado, o a un tianguis, para descubrir un universo amplio de posibilidades: lácteos, carnes, frutas, legumbres; alimentos procesados y sin procesar provenientes de diferentes lugares y a un costo razonablemente bajo. Hoy por hoy podemos incorporar en nuestra alimentación una vasta gama de opciones, y, en teoría, estamos ante un mundo en el que podríamos acabar con el problema del hambre, no solo en nuestro hogar, sino en el resto del mundo. El problema inicia cuando miramos de cerca el modo como se han producido los alimentos y el cómo como nos alimentamos: por una parte, en pos de una mayor eficiencia en la producción alimentaria, hemos recurrido al uso de la modificación genéticas de plantas y animales; empleado abusivamente pesticidas y abonos; hormonas y sustancias químicas con el fin de lograr un volumen mayor de alimentos en un tiempo mínimo.

Por lo que respecta al los hábitos de alimentación, más que lograr dietas balanceadas, el problema lo conforma el desequilibrio: hay comunidades enteras que mueren no por la falta de comida, sino por el exceso de alimentos… o hay quien muere voluntariamente de inanición y no por fines religiosos ni rituales, sino porque en un mundo de abundantes alimentos se tiene la falsa imagen de ser obeso.

Pero el problema no queda ahí; también está el asunto de la distribución de los productos alimentarios: hay países donde se tira la comida, y hay otros donde escasea; hay regiones completas que tienen el potencial de producir alimentos, pero cuyos habitantes se han visto en la necesidad de abandonar las actividades agrícolas debido a que producir alimentos no es económicamente sostenible, y, no obstante, la industria de la producción de alimentos procesados y refinados son de los más rentables.

En resumen, el panorama alimentario a nivel global está lleno de paradojas: Existen suficientes alimentos para terminar con el hambre y, empero, morimos por alimentarnos con productos tóxicos, por nuestros excesos y malos hábitos alimenticios; padecemos la mala distribución de los alimentos, su desperdicio y, además, las leyes del mercado han favorecido el desarrollo nada armónico entre la producción agrícola y su procesamiento industrial.

En el mundo del libro sucede algo semejante al que acabo de describir: al igual que nuestros supermercados, nunca antes en la historia de la humanidad los libros habían estado tan, potencialmente, al alcance de nosotros, no solo por su costo relativo, sino, además, por su disponibilidad y variedad. Basta con darse una vuelta en esta Feria del Libro [Feria Nacional del Libro de León, Guanajuato, México] que si bien no es la más grande ni la que ofrece la mayor variedad de productos de lectura, no obstante, es un universo rico en posibilidades. Ahora, también el libro puede producirse, actualmente, a costos ínfimos en comparación con lo que fue el mercado del libro en otras épocas: en la Edad Media europea, era necesario que un monje pasara prácticamente toda su vida copiando un texto, en un material escaso y caro como el pergamino; simplemente, el esfuerzo, el tiempo y los materiales empleados para la factura de un escrito, volvían a los libros objetos suntuarios, de circulación limitada. Ahora, con las nuevas técnicas de impresión, con los materiales y medios de distribución disponibles, el libro se ha vuelto accesible, lo que ha facilitado no únicamente su elaboración y diversificación. Por lo que respecta a la disponibilidad del libro, no únicamente existen ferias, mercados, tiendas especializadas a los que podemos recurrir para adquirir material bibliográfico, también existen bibliotecas, salas de lectura, cafés o colecciones personales a los que el interesado podría acercarse, sin que ello signifique un gasto importante. Empero, estamos ante un panorama de lectores “obesos”, cuando no “famélicos”: de acuerdo con las cifras reflejadas por la Encuesta Nacional de Lectura 2012 (Caniem, 2012), en nuestro país se leen 2.94 libros al mes.

Así como un alimento actualmente puede ser potencialmente tóxico por la cantidad de químicos y hormonas que son empleados para su elaboración, algo semejante sucede con nuestros libros. Juan José Salazar, en su libro Leer o no leer: libros, lectores y lectura en México (2011) señala que en el mercado del libro priman las novedades que pertenecen a grandes conglomerados de empresas multinacionales que han pugnado por colocar en el mercado productos de pronto consumo y de bajo contenido cultural -¿algo así como la comida chatarra?-. Salazar señala que la tendencia de los grandes conglomerados editoriales ha ido en el sentido promover los bestsellers y los libros de autoayuda, y se ha dejado de lado la apuesta a la promoción de nuevos autores, de ciertos géneros como el cuento y la poesía, por considerárseles poco rentables y económicamente riesgosos.

En cuanto al empobrecimiento del mercado editorial, Salazar rescata la siguiente información:

Novedades Editores lanzaba [en el año 2001] 800 mil ejemplares tanto de El libro vaquero como de El libro semanal […] Se calcula que cada una de estas revistas tiene entre tres y cuatro lectores [y su] porcentaje promedio de  devolución para cada una de ella se ubica entre el 10 y 15% del tiraje total. [Por lo que respecta al ámbito de las revistas de entretenimiento familiar], Grupo Editorial Televisa se alza como líder en el subsector [en México y en América Latina; en 1997 logró publicar, solo de sus dos revistas más rentables,] Tv y novelas, Tv guía y Vanidades, un tiraje mensual de dos millones 280 mil ejemplares, un millón 500 mil y un millón 550 mil ejemplares respectivamente. En cambio, el tiraje estándar de un libro en México es de apenas 2000 mil ejemplares, cuya vida comercial se ubica entre seis y 12 meses. (Salazar, p. 28)

Por lo que respecta a los hábitos de lectura, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Lectura 2012,  40% de la población encuestada contestó que no había leído un solo libro durante los últimos seis meses, 22% ha leído uno, 13% ha leído dos, 10% ha leído tres, 6% ha leído 4 y el 9% ha leído cuatro o más. En cuanto a las preferencias de lectura, este estudio confirma la tendencia mostrada por Salazar: de la población estudiada, el 18.7% prefiere leer periódicos, 17.4 % prefiere las revistas, 26.2% prefiere leer libros y el 33.3% no tiene preferencias. Y, finalmente, la mayoría de los hogares -56.2%- tiene sólo de 1 a 10 libros. 21.6% tiene de 11 a 20 y sólo el 2.7% tiene más de 101 libros. Así, el 87% de los hogares mexicanos tiene menos de 30 libros.

En cuanto al libro digital, no hay cifras claras en cuanto a los usos y las costumbres de los lectores y el estado de la cuestión de su mercado e impacto. Es verdad que el mundo digital tiene el potencial de acortar la distancia entre el autor y el lector, amén de la virtud de no requerir de un gran aparato industrial para producir y distribuir sus productos: un libro electrónico, para existir, solo requiere de una plataforma física para producirse y leerse –hardware-, y de un programa que ayude a su decodificación –software-. No obstante, en los alcances del libro digital también están sus limitantes: la facilidad y bajos costos de producción del libro digital ponen al alcance de cualquiera la posibilidad de producir y circular un texto sin necesidad de un intermediario –llámese editor, empresa editorial o librero-; esto implica que no siempre el libro tiene un actor que se haga responsable por la calidad de los contenidos. También los lectores nos hallamos en un mundo en el que la profusión de textos es abrumadora: cada usuario de una computadora con un word instalado es un potencial autor de escritos; esto nos lleva a millones de textos producidos en un corto periodo de tiempo, y un número limitado de lectores, con tiempos acotados para leer. 

De igual manera, está el problema de la plataforma de la lectura: para acceder a los contenidos digitales, se necesita de un hardware y del software adecuado; en países como el nuestro, no toda la población tiene los recursos suficientes para adquirir una terminal que le facilite la adquisición y/o consulta de los textos, y las bibliotecas públicas usualmente carecen de la infraestructura necesaria para facilitar el acceso al público a los contenidos digitales. Y, finalmente, está el embrollo legal: aún no están completamente claras las reglas del juego sobre la producción, circulación y tenencia de los productos digitales. El Periódico El País, en una nota titulada “Su biblioteca digital morirá con usted”, publicada el 10 de septiembre del 2012, asentaba que bajo el actual régimen legal, los consumidores de productos digitales –películas, música y libros- eran considerados como usuarios, mas no como dueños de los mismos; de manera que se planteaba que, bajo las actuales circunstancias, no podríamos heredar nuestras bibliotecas digitales.

Y entonces, ¿leer o no leer? Me parece que la respuesta obvia no va en el sentido de dejar de leer sólo porque los datos y las cifras nos hablan de una realidad complicada y porque hay cada vez más libros que nunca habremos de leer. Sería como plantearse dejar de comer o solo comer para tener la panza en paz. La lectura es una actividad nutricia e importante, tanto como lo es entretenerse con videojuegos, ir al cine, ir al teatro, ver la televisión o andar en bicicleta. El consumo de productos de lectura es una actividad vital para el desarrollo de una sociedad, en tanto que por medio del libro, ya sea digital o en papel, las personas aprendemos a dialogar con los demás y con el mundo. 

Un libro técnico ayuda a resolver ciertos problemas y enigmas de la vida diaria, tanto como una buena novela. Es verdad que por medio del libro técnico y de texto, la persona tiene acceso a conocimientos concretos que le ayudarán a desarrollar sus capacidades como ciudadano o como profesionista; pero también en el libro de ficción, en lo literario, se tiene la oportunidad de preguntar otras cosas que también son parte de su vida cívica, familiar, individual y profesional. Por medio de los libros aprendemos a discutir, a desarrollar el pensamiento crítico, a tomar una postura con respecto de la realidad; por medio de ellos rompemos las barreras del tiempo y la distancia. Pero para lograr este fin, es necesario formar lectores. 

Así como es importante aprender a comer bien y balanceado, es importante aprender a leer bien y balanceado. Eso es responsabilidad tanto de las instituciones de cultura y educativas como de las familias y de cada individuo. En la medida que seamos capaces de aprender a leer, en que desarrollemos nuestra capacidad de sorpresa y audacia, en que formemos grupos dialogantes que tengan la lectura como eje de su formación y discusión, en esa medida lograremos que los libros se conviertan en algo más que un adorno en nuestras bibliotecas, en nuestras casas, las lecturas se incorporarán a nuestra vidas y serán un incentivo por el que nuestra realidad se transformará; en la medida en que seamos lectores cada vez más aguzados y exigentes, la industria editorial se verá obligada a proporcionar mejores productos. En la medida en que logremos mejorar nuestras sociedades y nuestras condiciones de vida, existirán ambientes propicios para que más personas tengan acceso a la comida, a la lectura, a la vida laboral, a la política, al arte, a la cultura…

Obra citada:

Caniem (2012). Encuesta Nacional de lectura 2012. México: Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana. Obtenido el 5 de febrero de 2013 de http://www.caniem.org/Archivos//funlectura/EncuestaNacionaldeLectura2012/EncuestaNacionaldeLectura2012.html

Salazar Embarcadero, Juan José (2011). Leer o no leer: libros, lectores y lectura en México. México: Celta Amaquemecan Infantil.

Verdú Palay, Daniel (2012, septiembre). Su biblioteca digital morirá con usted. El País. Obtenido el 29 de abril de 2013 de http://cultura.elpais.com/cultura/2012/09/10/actualidad/1347304690_488599.html

Nota del editor: Este texto fue leído el 4 de mayo, dentro de las actividades de la Feria Nacional del Libro de León, FeNaL, México, 2013. Se publica en el Mexican Cultural Centre con la autorización del autor.  

Tarik Torres Mojica, mexicano, es doctor en Letras Modernas por la Universidad Iberoamericana de México. Trabaja como profesor de tiempo completo en el Departamento de Estudios Culturales de la División de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad de Guanajuato, Campus León, México.

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